lunes, 13 de agosto de 2007

El semáforo



Walton Beltrán Uyevic

El pobre perro se me acercó moviendo suavemente su cola, pero al ver que en esta oportunidad no tenía la acostumbrada galleta, se fue como si nada. Yo me acercaba al semáforo de la Avenida Independencia con Poeta Pablo Neruda, en esta ciudad que me ha adoptado desde hace unos 20 años y realmente no sabía qué pensar. Me había enamorado, aún contra mi voluntad, porque había decidido terminar primero mi doctorado y reubicarme laboralmente. Estaba casado y me había enamorado nuevamente. Pero esto a veces pasa.
Cuando abrí el ejemplar del diario, las primeras gotas de lluvia mojaron las páginas de avisos económicos, anticipando el diluvio que vendría después y yo, con este desconcierto total en mi cabeza, había olvidado salir con algo más protector que la simple chaqueta de lanilla “Príncipe de Gales”. Es que, desde mi primera juventud, cuando mi corazón se enamoraba era capaz de perder hasta la cabeza. Sin embargo, lo más difícil de todo no era haberme enamorado, sino cómo contárselo a mis ancianos padres, a mi esposa y a mis hijos, ya que sabía que todos sufrirían y que, ciertamente, no eran merecedores de aquello.
La lluvia ya comenzaba a aglutinar mis cabellos, dejando al descubierto una incipiente calvicie, la cual se iluminaba alternativamente de verde, amarillo y rojo. El agua me caía sin el menor resguardo bajo el semáforo, pero estaba inmerso en mis cavilaciones, intentando descubrir qué es lo que había pasado entre mi esposa y yo, entre mis hijos y yo, qué gran distancia es la que promovían los años y la educación tradicional y victoriana de mis padres, enfrentados a mi modernismo. Pero aún definiéndome como modernista, un hombre actual, no hallaba cómo decírselos.
“¿Habrá sido la rutina que, como un silencioso cáncer, nos fue distanciando?”, me preguntaba, mientras inconscientemente golpeé con la punta del zapato una lata de cerveza, que se quedó flotando en medio de un charco, junto a la cuneta. “¿Habrá sido su dedicación casi exclusiva a los hijos y su pérdida de interés sexual?”, no lo sabía ciertamente, pero de que nos habíamos distanciado, nos habíamos distanciado, y ya era tarde para volver atrás, porque ahora lo sabía. Estaba enamorado como nunca, aunque fuera un amor prohibido.
Y ahí estaba yo, enamorado, y buscando la forma de aceptar este amor. Porque tendría que comenzar por aceptarlo yo, primero. Para mí también era difícil saberme sorprendido por un enamoramiento que hacía latir mi corazón locamente, que me hacía descubrir nuevos mundos cuando me acompañaba. Me hacía sentir joven, encandilado. Pero sabía que no podría caminar por las calles mostrando mi nuevo amor al mundo. Era un padre de familia maduro, a veces incluso algo conservador, iba a la iglesia los domingos y, también, había comenzado con un hobby. Por eso tal vez no me atrevía a dar otro paso y permanecía allí, bajo el semáforo de Avenida Independencia con Poeta Pablo Neruda. Pero tal vez la calle no era el impedimento real, sino la sociedad y mis miedos, tal vez el verdadero límite no era esta avenida en la que los automóviles se detenían y continuaban cada cierto tiempo. La lluvia arreciaba y las gotas que caían sobre el semáforo salían disparadas hacia todos lados convertidas en diminutas flechas de colores. Algunas me caían encima porque no me atrevía a caminar, porque tal vez el límite era la incomprensión social y debía callar, que a mis 48 años me había vuelto a enamorar, pero esta vez, de otro hombre solitario, como yo.

FIN

1 comentario:

Anónimo dijo...

ME ENCANTO!
La historia, es que en realidad me gusta leer ese tipo de textos

los leere todos los que salen aqui de apoco pero los leere



Saludos