sábado, 29 de marzo de 2008

Uñas largas




W. B. U.


Nicole las cuidaba con una dedicación que se prolongaba durante muchas horas al día, por eso no alcanzó a darse cuenta que la vida avanzó veloz a su lado y envejeció puliendo, lustrando las superficies nacaradas, corrigiendo perfectas cutículas, limando la más mínima imperfección en los extremos de sus aguzados dedos.

De tanto vigilar sus uñas no vio que sus manos comenzaban a cambiar. Primero fue una, y luego varias las arrugas y pecas que comenzaron a cubrir sus extremidades. Pero las uñas eran una delicia de ser miradas y la envidia de muchas mujeres del pueblo.

Ella se empeñó, durante largos años, en ser mina, sofisticada y glamorosa, pero el tiempo la sorprendió soltando los pliegues de cada uno de los rincones de su cuerpo, convirtiéndola en una anciana indefensa y raquítica, que para lo único que vivía, desde la mañana a la noche, era para lucir sus uñas.

Sin embargo, la flaccidez de sus brazos y las anacrónicas ropas deshilachadas le colgaban del cuerpo, convirtiéndola en un desvencijado maniquí. Su propio deteriorado cuerpo no permitía que sus uñas lucieran como ella hubiera querido.

Durante su vida no estudió, ni trabajó, no entabló amores ni cultivó amistades porque se dedicó por entero a cuidar las extremidades de sus manos. En los últimos años, las uñas le impedían realizar cualquier trabajo doméstico, como alimentarse o asearse, por lo que terminó sus días mugrosa y apestando a todo tipo de hedores. Sus uñas eran un manojo ensortijado de laminillas de hueso de más de un metro y medio de longitud que habían atrofiado sus manos.

Al morir, con autorización de la escasa familia que le sobrevivió, los funcionarios de la universidad le cortaron ambas manos para ponerlas en exhibición.
Hoy, en el museo las miradas son multitudinarias; sin embargo, la admiración se confunde, a veces, con el asco, y en la mayor de las ocasiones, con una morbosa curiosidad.


FIN

jueves, 27 de marzo de 2008

La Lista




W. B. U.

Eduardo Benedicto sabía que a su vida le faltaba algo, porque no lograba ser enteramente feliz. Se acostaba por las noches y su insatisfacción le hacía quedar con los ojos pegados al cielo de la habitación. Se dormía en aquellas ocasiones, cerca de las cuatro de la madrugada, tratando de darle un sentido último, un significado, a su presencia sobre el planeta.

Como siempre fue un tipo ordenado y previsor, había realizado un completo análisis introspectivo y, como había llegado a la determinación de que nada era capaz de satisfacerlo totalmente, concluyó que necesitaba creer, con extrema desesperación, inflexiblemente, para él creer se había convertido en un imperativo, en una necesidad vital.

Por ello, como consecuencia lógica de su ordenado y sistemático proceder, comenzó a escribir una lista con todas las posibilidades que tenía a mano, para decidir bien y entregarse inmediatamente a su tarea de fe. En la lista, cuyo papel dejó momentáneamente sobre la mesa para ir al baño, quedaron apuntados su mamá, un cantante de heavy metal, el dinero, la familia, el Che Guevara, Dios, el placer y el éxito, así como ilimitadas dosis de Prozac y marihuana.

Ahora sólo le faltaba decidir.

FIN

miércoles, 26 de marzo de 2008

Ojitos de gato






W. B. U.

Ella lo presintió en cuanto se supo reflejada en la retina de esos verdes ojos felinos. Él, ya había escogido a la que sería su deliciosa presa, esa noche. Ella estaba apoyada contra un mueble de arrimo junto a la puerta, mirando al resto de los invitados. Él, apoyaba sólo un codo contra el borde de una chimenea ociosa. En medio de la fiesta, él no le había sacado los ojos de encima y a ella le excitaba pensar que la había desnudado arrebatadamente con la mirada.

Ella sabía que esa noche sería diferente, que algo importante pasaría en su rutinaria vida. Sabía que algo, impensado y loco, arrebataría su tranquilidad y sosiego desde que lo vio. Él, sabía que su presa no se resistiría. Era una noche más de depredación.

Ella no estaba con un hombre desde hacía unos tres meses y él, la tenía verdaderamente embobada desde hacía rato.

“Es que esos ojitos de gato, me obligaban a mirarlo”, pretendería argumentar posteriormente, como buscando una salida impune, por si su carne fuera débil y cediera a esos encantos felinos. Él, no había argumentado nada, sólo se había movido como impulsado por una fiebre, sacudiendo su pelvis con espasmos verdaderamente crueles, sin dejar de mirarla, hacía poco menos de cuatro minutos. Era evidente, él había bailado para ella.

En un momento en que la música pasó del rock al soul, y la luz ambiente bajó aún más su intensidad, él comenzó a acercarse entre la multitud, atravesando el ancho living con un breve zigzag para sortear algunos muebles e invitados. Ella había comenzado a jadear. Él, había recogido a la pasada y con dos zarpazos criminalmente certeros, dos tragos de Martini con sendas aceitunas verdes, las cuales yacían encalladas en la profundidad de los vasos, heridas de muerte por las estocadas de dos mondadientes.

Ella se mojó lentamente los labios con la punta de una lengua roja de deseo y trató de controlar su loco corazón que le desbordaba, impúdico, en el centro del pecho. Él se acercaba con un movimiento sinuoso, sin dejar de mirarla. Ella pensaba que en cualquier momento su corazón le saltaría, a través del generoso escote que se movía arrebatadamente al compás de una respiración loca.

Él era un felino en toda la extensión de la palabra, y le hacía honor a este mote; tanto, que actuó como un leopardo cuando se acercó ronroneándole en la oreja, a modo de saludo, y le arrimó la copa; tanto, que actuó como una pantera cuando una de sus manos se escabulló, sigilosa y bajó por la escotada espalda, rozando levemente sus nalgas; tanto, como un tigre que deslizó su zarpa por entre los pliegues de la cartera que tenía colgada del hombro; tanto, que actuó como un gato montés, huyendo luego, después de un beso, por la puerta, hacia las sombras del jardín, con la billetera en su poder…


FIN

jueves, 20 de marzo de 2008

Alegre y Vivo




W. B. U.



En verdad, Pablo se sorprendió con el fuerte pitazo que taladró el vacío y el silencio en medio del campo oscuro. Al girar la cabeza a la derecha, vio como se aproximaba velozmente el tren y no necesitó intuir nada, porque la adrenalina ya comenzaba a mover cada una de las fibras de su cuerpo. Entonces giró desesperadamente la llave del vehículo pero éste no respondió. Supo de inmediato que no tendría tiempo de soltar su cinturón de seguridad, de abrir la puerta, ni saltar. Entonces sólo atinó a cerrar los ojos y a encomendarse a Dios, pidiendo en un segundo, como nunca había pedido antes, que lo salvara.
En la breve eternidad que pareció un instante congelado, el tren destrozó su auto, le fracturó algunas costillas y le cortó una pierna. Entonces, cuando ya todo acabó; cuando el traqueteo del metalero se perdía sobre los rieles que jugaban paralelos a dibujar una curva; cuando el tren fue devolviendo el silencio arrebatado, como pudo, mientras llegaba la ambulancia, Pablo se sentó y levantó sus dos puños al cielo, victorioso, agradeciendo a Dios, feliz por no haber muerto.


FIN

El recuerdo empecinado



W. B. U.

El miedo era mucho y ella temía perder todo por lo que había luchado tanto tiempo. Y es que cuando la pusieron entre la espada y la pared, prefirió la seguridad del hogar que había construido con esfuerzo, luchando contra inseguridades y aceptando miedos extraños.
Le pidieron que dejara de escribirme y ella aceptó, esperando que la vida pudiera cambiar su destino.
Ahora, tras meses de silencios, mientras ella espera que la vida le devuelva la oportunidad de hablarme, yo no dejo de recordarla, porque el olvido está ahí, agazapado, esperando a que me confíe.



FIN

lunes, 10 de marzo de 2008

El Ejecutivo









W. B. U.




Después de un largo período de tensión vivido en la reunión de directorio, Javier, el exigente e implacable gerente general de la división de telecomunicaciones, decidió subir a la azotea del edificio corporativo. Sabía que allí la vista era imponente y la brisa podía darle de lleno en su rostro entrenado para no expresar la más mínima muestra de duda. Acostumbraba a refugiarse allí para aclarar sus ideas.

Ya no importaba la humillación sufrida minutos atrás, ni el sabor del fracaso experimentado y exhibido, sin compasión, por las frías cifras que proyectó, sobre el telón, el abogado de la junta contralora.

Nada importaba. Mucho menos ahora que estaba experimentando el sabor salobre de la brisa que le acariciaba el rostro y que, a borbotones, pretendía ingresar por sus fosas nasales y boca abierta que comenzaba a proferir una esquizofrénica carcajada. Javier sólo sabía que debía disfrutar la felicidad de esa brisa tan sólo durante una pequeña fracción de segundos, porque el pavimento se acercaba a una velocidad vertiginosa.


FIN