miércoles, 26 de marzo de 2008

Ojitos de gato






W. B. U.

Ella lo presintió en cuanto se supo reflejada en la retina de esos verdes ojos felinos. Él, ya había escogido a la que sería su deliciosa presa, esa noche. Ella estaba apoyada contra un mueble de arrimo junto a la puerta, mirando al resto de los invitados. Él, apoyaba sólo un codo contra el borde de una chimenea ociosa. En medio de la fiesta, él no le había sacado los ojos de encima y a ella le excitaba pensar que la había desnudado arrebatadamente con la mirada.

Ella sabía que esa noche sería diferente, que algo importante pasaría en su rutinaria vida. Sabía que algo, impensado y loco, arrebataría su tranquilidad y sosiego desde que lo vio. Él, sabía que su presa no se resistiría. Era una noche más de depredación.

Ella no estaba con un hombre desde hacía unos tres meses y él, la tenía verdaderamente embobada desde hacía rato.

“Es que esos ojitos de gato, me obligaban a mirarlo”, pretendería argumentar posteriormente, como buscando una salida impune, por si su carne fuera débil y cediera a esos encantos felinos. Él, no había argumentado nada, sólo se había movido como impulsado por una fiebre, sacudiendo su pelvis con espasmos verdaderamente crueles, sin dejar de mirarla, hacía poco menos de cuatro minutos. Era evidente, él había bailado para ella.

En un momento en que la música pasó del rock al soul, y la luz ambiente bajó aún más su intensidad, él comenzó a acercarse entre la multitud, atravesando el ancho living con un breve zigzag para sortear algunos muebles e invitados. Ella había comenzado a jadear. Él, había recogido a la pasada y con dos zarpazos criminalmente certeros, dos tragos de Martini con sendas aceitunas verdes, las cuales yacían encalladas en la profundidad de los vasos, heridas de muerte por las estocadas de dos mondadientes.

Ella se mojó lentamente los labios con la punta de una lengua roja de deseo y trató de controlar su loco corazón que le desbordaba, impúdico, en el centro del pecho. Él se acercaba con un movimiento sinuoso, sin dejar de mirarla. Ella pensaba que en cualquier momento su corazón le saltaría, a través del generoso escote que se movía arrebatadamente al compás de una respiración loca.

Él era un felino en toda la extensión de la palabra, y le hacía honor a este mote; tanto, que actuó como un leopardo cuando se acercó ronroneándole en la oreja, a modo de saludo, y le arrimó la copa; tanto, que actuó como una pantera cuando una de sus manos se escabulló, sigilosa y bajó por la escotada espalda, rozando levemente sus nalgas; tanto, como un tigre que deslizó su zarpa por entre los pliegues de la cartera que tenía colgada del hombro; tanto, que actuó como un gato montés, huyendo luego, después de un beso, por la puerta, hacia las sombras del jardín, con la billetera en su poder…


FIN

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