domingo, 29 de junio de 2008

La Gaviota




W. B. U.

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo.

Chapoteaba un pesquero a un kilómetro de la costa y mientras la Bandada de la Comida se dejaba caer desordenadamente, en tropel en torno al pequeño barco, alejado y solitario, más allá del muelle y las playas, se encontraba Juan Salvador.

Momentos antes había caído, después de intentar detenerse en pleno vuelo a treinta metros de altura. Magullado y sucio, comprendió dolorosamente que dedicarse a comer y cumplir con el rol establecido naturalmente, es menos riesgoso y más cómodo que intentar ser diferente a los demás. Después de ello, expiró.


FIN



Con el 10 en la espalda





W. B. U.

Carlitos tiene apenas 5 años. Llega corriendo al Jardín de Infantes, sacudiendo de lado a lado su mochila. Es que está lloviendo torrencialmente. Es uno de los pocos alumnos que llega a clases ese día, en que el cielo se cae a pedazos, porque es un invierno como pocos. Abre con la misma alegría de siempre su mochila, a pesar del frío, y saca su cotona porque hoy toca Artes Plásticas. También muestra su colación, consistente en un jugo y una manzana. Pero con tanta manipulación, asoma la camiseta de un club de fútbol, con el número 10 en la espalda. Mira sonrojado a la profesora y se decide a explicar, con una gran sonrisa que le ilumina el rostro de inocencia.

-¡Es por si sale el sol!

FIN

lunes, 9 de junio de 2008

Cien zapatos de moda




W. B. U.

Verdaderamente su padre había cometido un exceso cuando la bautizó, en la pequeña Capilla de la Inmaculada Concepción de Móstoles, como Irma María Eliana Laura. La usanza de la época aconsejaba solamente dos nombres, por lo que la cuestión se volvía claramente descomunal si se considera que sus apellidos eran, además, Dorochessini, por parte de padre, y Altamirano, por la parte materna.
En lo práctico, todo formulario, guía de ingreso, libro de registro o cédula de inscripción quedaban superados por la cantidad de letras que tenía el nombre completo, y esta incomodidad la vivió desde sus primeros días la pequeña, ya que a las pocas horas de nacer, comenzaron a notarse en sus caderas algunos nódulos que crecían lentamente por lo que se vio obligada a permanentes visitas a hospitales y consultorios.
La madre, responsable y asustada, la llevó a la consulta del médico para que observase esos extraños crecimientos y la respuesta prudente del facultativo fue que debían realizarse algunos exámenes, pero esto no fue necesario, pues la velocidad de crecimiento de esas protuberancias permitió observar claramente que se trataba de varios pares de piernas que se le estaban desarrollando a la niña. Piernas humanas, con sus correspondientes pies, tobillos y dedos, todas completamente formadas.
La situación incomodó un breve período de tiempo a los padres, sin embargo, la impresión cambió cuando la niña, con sólo cuatro meses pudo adoptar la vertical, gracias a los nueve pares de piernas que ya le habían crecido. Era una delicia verla caminar a una edad en que todos sus pares aún no levantaban sus cabecitas de la almohada en que los dejaban acostados.
La historia apareció rápidamente en los noticiarios de la TV, en las portadas de diarios y en cuanta revista de farándula y científicas existían. Las entrevistas que brindaban los padres le producían cuantiosas ganancias a la familia, razón por la cual en ningún momento los progenitores pensaron en operar a la criatura para quitarle las dieciséis piernas que le sobraban, ni tampoco para hacerle ver las nuevas protuberancias que venían creciéndole.
No obstante lo anormal de su desarrollo corporal, la niña comenzó a sacarle provecho a la situación y así destacó, durante su vida escolar, como una rápida atleta fondista, ya que podía correr apoyada en varios pares de pies a la vez y luego utilizar alternativamente algunas piernas mientras hacía descansar las otras.
El ingreso al Instituto de Educación Técnico Profesional, donde comenzó la carrera de Diseñadora de Vestuario y Estética Ambiental la sorprendió con cincuenta pares de piernas que surgían de sus caderas. Mientras tanto, sus padres habían desaparecido con el dinero recaudado producto de entrevistas y presentaciones en programas de televisión. De cuando en cuando, llegaba a casa una postal desde algún lugar turístico, como las pirámides de Egipto o el Partenón de Atenas.
Como la creación de un pantalón que le calzara, habría resultado un desafío inabordable para cualquier modista, incluso para Irma María Eliana Laura Dorochessini Altamirano, recurría a utilizar amplias faldas de todo tipo de telas, las que combinaba hábilmente con su centenar de calcetines y zapatos, de los más variados diseños, formas, tamaños y colores.
Con 23 años salió al mundo para buscar trabajo, consiguiéndolo en una industria textil, en la que debía elaborar los más variados diseños de ropa. Sus obligaciones laborales también la hacían revisar cientos de revistas de modas y compartir en desfiles, presentaciones, showrooms, open days y cuanta actividad se organizara en el mundo de la moda. En aquellas oportunidades, gustaba de comer algunas galletas y colitas de camarones con mostaza, única salsa que le resultaba realmente deliciosa mientras despachaba, con graciosa agilidad y diplomacia, a decenas de impertinentes periodistas y gente que pretendía escalar posiciones en la grada social a costa de su cercanía.
Llena de patas, no entraba en taxis ni buses, por lo que siempre se la veía caminar con presteza por los parques y bandejones centrales de avenidas transitadas, tanto sea rumbo al trabajo como de regreso a su hogar. A pesar de todo, ella era inmensamente feliz, sobre todo a la hora de comprar zapatos, cuestión que le provocaba un placer inmenso. Si a veces quedaba absorta con las líneas, cortes y costuras de los zapatos que observaba en revistas y escaparates, en otras ocasiones ella cerraba sus ojos y deslizaba sus dedos por las líneas sinuosas de los zapatos e imaginaba a los zapateros en el momento en que los cosían. Ese era un momento realmente íntimo, de contacto inusual. No era el simple acto de ver, elegir y cancelar por un par de zapatos. No, era un momento mágico de contacto entre maestro y usuaria. Ella sentía en cada una de las puntadas, en el corte de la suela, en el recogimiento de la capellada, el laborioso cariño del maestro zapatero y cumplía, entonces, con calzárselos con una fidelidad que nadie comprendería. Así lo hacía con cada uno de sus cincuenta pares de zapatos, los que se veía obligada a calzar con dificultad, porque entre todas las piernas debía buscar un pie derecho, para calzar el primer zapato y, a continuación, un pie izquierdo para calzar el otro.
Sin embargo, a pesar de la sonrisa fácil, de la alegría entregada con cariño, trascendió rápidamente que Irma María Eliana Laura estaba demasiado delgada porque debía dejar de comer para poder adquirir los zapatos que necesitaba. Inmediatamente se organizó una cruzada solidaria en la pequeña municipalidad de Móstoles para adquirirle el calzado que fuese necesario, ya que la joven había sido un gran aporte al desarrollo de la industria hotelera y turística de la Provincia, al llegar de todas partes los turistas para pasearse por las calles de la ciudad, conocedores que la joven no podía subir a ningún automóvil. Todos ansiaban encontrarla pronto, a la salida de su trabajo o cercana a la calle de las zapaterías.
Así fue como una mañana hicieron en el pueblo una colecta organizada por la Alcaldía, para comprarle zapatos. La licitación fue ganada por la zapatería “Real”, que presentó la oferta más conveniente, a juicio del alcalde y sus asesores.
Cuando llegaron los zapatos, comenzaron a bajarlos de una camioneta en cincuenta cajas que dispusieron en orden sobre un escenario en medio de la plaza. La multitud esperaba en correcto silencio. Los medios de comunicación también quisieron registrar el acontecimiento; sin embargo, por primera vez, Irma María Eliana Laura estaba triste, ya que todo el mundo se enteraría de algo tan íntimo como vivir en la pobreza a costa de su condición. Ya era suficiente castigo contar con cincuenta pares de piernas, para que, además, tuviera que soportar el asedio de la prensa y los paparazzi.
Cien zapatos cada tres o cuatro meses, a costa de caminar todos los días por no entrar en un automóvil, era una realidad triste y dolorosa, difícil de abordar por una diseñadora recién egresada cuyos padres le habían robado lo que ella misma, o su naturaleza, había contribuido a recaudar.
Como fuera, ese día fue un día triste para la señorita Dorochessini Altamirano. Cabeza gacha, casi no escuchó las alocuciones alcaldicias, que aprovechaban la ceremonia preeleccionaria desvergonzadamente, así es que sólo atinó a levantarse, tomar la pluma y acercarse al documento oficial de entrega, donde firmó con sus iniciales I.M.E.L.D.A. y salió corriendo.

FIN