sábado, 12 de abril de 2008

Ese heroico naufragio




W. B. U.

A mi valiente navegante
lo vieron surcando por un mar negro,
denso y sedoso.
Arriba las ventanas, las estrellas,
los cerros, los alientos y también el cielo de Valparaíso,
y allí cerca, casi al alcance de la mano,
gracias a la luna,
dos imponentes montañas,
se dibujaban entre las sombras y él las vio.
El mar era tibio y calmo.
Pequeños oleajes, espasmos reflejos,
producían los embates
de una proa que avanzaba lenta
y que iba dibujando una estela plateada
en la superficie recortada de su inmensidad de madre.

El tibio y suave mar
se volvió pronto irritado y crespo,
y olía a tormenta tropical,
humedad caliente y nutritiva que se dejó caer,
salpicándolo todo, furtiva y profundamente, desde adentro.
Todo el océano se convirtió en una ondulante geografía,
y mi navegante se encontraba, a punto de zozobrar,
en medio de esta tórrida borrasca.
Verdaderas murallas líquidas,
impedían la huida,
y a mi navegante no le quedó más que navegar,
ahogándose en tanta humedad que había en ese piélago,
había tanta noche, tanto oleaje, tanta espuma.

Mi navegante alargó su singladura,
la hizo eterna, recóndita y lenta con un velamen de vieja estirpe
y una proa siempre erguida,
hasta que se cansara la noche,
hasta que la tormenta se hiciera paz,
se convirtiera en un lento sueño…
Según cuentan las abuelas del puerto,
el navegante fue todo impulso, lúcido y audaz,
y así, después de luchar un rato contra los permanentes embistes,
con vocación de mártir,
con vocación de náufrago,
se abandonó también
y se dejó engullir, lenta y profundamente,
hasta el fondo de aquel remolino negro.



viernes, 11 de abril de 2008

Frases melancólicas en el tranque


W. B. U.


Cielo gris. Nubes pasajeras.
Viento en mi mejilla.
Pulmones llenos de frío.
Orilla del tranque Rautén.
Un pez y su aleta. Silencio roto.
Círculos concéntricos en el agua.
Pequeños, medianos, grandes.
Muy, muy grandes.
Tarde de invierno.
Tú sola. Yo solo.
Caminos lejanos.
Tu rostro al norte.
En mi rostro lágrimas.
Soledad nuestra.
Recuerdo triste.
Palabras sueltas.
Sin verbos.
Sin acciones, sin fenómenos.
Sólo el silencio y la soledad.
Frases melancólicas en el tranque.

miércoles, 9 de abril de 2008

La Máscara




W. B. U.

Cuando el médico quitó los vendajes que ocultaban el rostro accidentado del niño, sus padres se apretaron en un abrazo que quería ocultar el asco, el terror, la desesperanza y el miedo. Desde entonces, Javier junto con perder sus orejas y todo el cabello en el incendio que redujo a cenizas la casa de sus padres, perdió también la inocencia y comenzó a caminar una ruta sin compasión en la que las burlas eran una experiencia bestial y cotidiana.

Así vivió su paso por la escuela, donde cada día debía enfrentar bromas y humillaciones, donde su sentimiento interno comenzó a carcomerlo lenta y sostenidamente hasta convertirlo en un quiltro que se enroscaba sobre si mismo.

Así fue, hasta que decidió ponerse una máscara con la que cubriría la vergonzosa cicatriz que le envolvía todo el cráneo. Cuando le dijeran que parecía un globo desinflado, que tenía cabeza de bala o que el condón no se ponía allí, él usaría su máscara, una máscara que adaptaría a sus necesidades, una máscara que finalmente ocultaría la humillación sempiterna de su fastidio injusto.

Un día un compañero de clases comenzó a molestarlo y entonces él, el esmirriado muchacho usó su máscara frente a todo el colegio. Era el momento de escapar para siempre a esas bromas. Comenzó a reírse a grandes carcajadas simulando disfrutar y compartir el sabor agridulce de aquellas mortificaciones.

FIN

martes, 8 de abril de 2008

El trasnoche





W. B. U.


Estuvimos juntos,
eternamente juntos por un instante,
contemplándonos embobados
al borde de nuestros fracasos
como dos adolescentes inquietos
que quieren saltar al oscuro vacío del riesgo.

En la playa de nuestras reivindicaciones,
donde nuestra esperanza se confundía
fuimos perdiendo la inocencia,
convirtiéndonos en grandes a golpes y desdichas.

Después de todo fue una larga noche,
para nosotros aún no ha amanecido.

domingo, 6 de abril de 2008

El Agobio




W. B. U.

Los pasos los iba dando como si tuviera que hacer un gran esfuerzo. Venía hastiado, totalmente agobiado tras su rutinaria visita a las librerías de la ciudad. Era tanto el desasosiego, que una sensación de asco amenazaba convertirse en vómito.

Le interesaban prácticamente todos los libros que aparecían en los escaparates y sufría lo indecible, porque sabía que no tendría el tiempo real de leerlos. Era apenas un humano. Cuanto más se empeñaba en imaginar lo que decían aquellos mundos extraños e infinitamente cotidianos de las novelas, que devoraba como un loco, mayor agobio le apretaba el pecho. Y mientras estuviera leyendo una novela, ¿cuántas otras estarían siendo impresas? Si le parecía estar oyendo el rumor de las impresoras rotativas. Le parecía oír también el rumor de los teclados e, incluso, el susurro del bolígrafo sobre la superficie del papel.

A cada paso, intentaba memorizar grandes líneas leídas en sus textos. Intentaba retener la idea central de las novelas leídas durante tantos años. Intentaba recrear la belleza excelsa conseguida por grandes e inspirados escritores. Pero al hacerlo sufría, porque lo único que quedaba era la evidencia de su pequeñez. Era un ser acotado a los límites de su temporalidad.

No podía leer más rápido de lo que ya había conseguido y su destreza ya era bastante buena. Tanto que era capaz de leer una novela durante el desayuno. Sin embargo, en el último tiempo, cada vez que estaba leyendo, comenzaba a confundirse. Su concentración era punzada por una idea que le iba rondando. Más que una idea, era una pregunta pérfida, insidiosa, intrínsecamente malévola: ¿qué dirán los libros que no puedes leer en estos momentos?

Durante sus sueños, soñaba siempre lo mismo: se veía en medio de una biblioteca de extensiones interminables que, como un universo en permanente expansión, iba ampliándose a si mismo hasta lo infinito. Mientras esto sucedía, él iba convirtiéndose en un punto minúsculo, cada vez más pequeño. Se sentía un átomo cada vez más insignificante, en medio de esta magnífica biblioteca que contenía todos los ejemplares de lo escrito por la mente humana. Él se veía perdido en medio de miles y miles de estrechos pasajes que formaban las estanterías. Entonces increpaba a lo alto, pero su grito se ahogaba en tanta pequeñez.

Toda esta divagación terminó de pronto, con el pitazo del tren que alertó su cercanía y lo devolvió violentamente a su realidad agobiante y cotidiana, violentamente finita. Contra toda certidumbre, contra toda obviedad él sonrió y un extraño brillo iluminó sus ojos. Por su cabeza había cruzado, como una salida concreta, la forma de escapar a esta finitud que le apretaba el alma.

FIN

sábado, 5 de abril de 2008

Reincidencia






W. B. U.

Cuando te encontré en aquella esquina, a bocajarro, después del largo abandono, todo volvió a recuperar su forma original. Como un relámpago, tras mirar tus labios, volvió a mí el sabor de tus besos, aún sin besarte, y olvidé en un segundo que te había estado olvidando todos estos años.

FIN

Amor con sabor a frutillas



W. B. U.

A veces me gustaría guardar
para siempre en la memoria
la topografía de tus pecas
y el rubio encendido de tu pelo...

tú tenías tantos sueños, pero, ya ves...
las cosas no son como esperamos
y tal vez nunca lo serán…

no puedo… lo siento,
sólo estoy en condiciones
de ofrecerte un amor
dos veces a la semana,
un amor que apenas tiene cubierta de latex rojo
y sabor a frutillas...