miércoles, 9 de abril de 2008

La Máscara




W. B. U.

Cuando el médico quitó los vendajes que ocultaban el rostro accidentado del niño, sus padres se apretaron en un abrazo que quería ocultar el asco, el terror, la desesperanza y el miedo. Desde entonces, Javier junto con perder sus orejas y todo el cabello en el incendio que redujo a cenizas la casa de sus padres, perdió también la inocencia y comenzó a caminar una ruta sin compasión en la que las burlas eran una experiencia bestial y cotidiana.

Así vivió su paso por la escuela, donde cada día debía enfrentar bromas y humillaciones, donde su sentimiento interno comenzó a carcomerlo lenta y sostenidamente hasta convertirlo en un quiltro que se enroscaba sobre si mismo.

Así fue, hasta que decidió ponerse una máscara con la que cubriría la vergonzosa cicatriz que le envolvía todo el cráneo. Cuando le dijeran que parecía un globo desinflado, que tenía cabeza de bala o que el condón no se ponía allí, él usaría su máscara, una máscara que adaptaría a sus necesidades, una máscara que finalmente ocultaría la humillación sempiterna de su fastidio injusto.

Un día un compañero de clases comenzó a molestarlo y entonces él, el esmirriado muchacho usó su máscara frente a todo el colegio. Era el momento de escapar para siempre a esas bromas. Comenzó a reírse a grandes carcajadas simulando disfrutar y compartir el sabor agridulce de aquellas mortificaciones.

FIN

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