martes, 23 de diciembre de 2008

Mi cuerpo tiene un dolor de mujer ausente


W. B. U.

Mi cuerpo tiene un dolor de mujer ausente.
Es un dolor inhumano
que recorre cada espacio de esta piel seca,
que ella mojara un día, con sus besos,
hasta afiebrarse.
Es un dolor perverso que recorre cada espacio,
cada límite, cada pliegue, cada escondrijo,
cada oculto recoveco de mi piel,
en la que ella se ocultaba
para que yo la saliera a buscar…

Mi cuerpo tiene un dolor de mujer ausente.
Y me duele el dolor que es esa ausencia en mi cuerpo.
Me duele esa mujer,
no todas las mujeres,
ni ninguna, ni cualquiera
me duele esa mujer,
la que exploraba mis miedos,
la que reía delirante
y se complacía.

Pero ha pasado el tiempo y ella ya no está
Sólo está este dolor de mujer ausente en mi cuerpo,
con el cual pavimento este camino de soledad.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Me dueles




Walton Beltrán Uyevic


Me duele este vacío que dejaste como compañía.
Me duele tu partida, dulce, traidora, cobarde.
Me duele esta cama en la que faltas cada noche,
y esta casa tan vacía me duele.

Me duele el silencio.
Me duele este café que bebo solo.
Me duele cada mañana y cada tarde tu ausencia.
Me duele esta brisa que ya no mueve tu pelo.
Me duele esta playa que camino infinitamente solo.
Me duele el canto del ave que no escuchas conmigo.
Y ahora hasta me duele este aire que respiro sin ti.

El deseo que tengo de ti, me duele.
Me duele no tener tu aliento en mi boca,
ni tu pelo dibujando sueños en mi piel.
Me dueles toda entera,
me duele la frescura de tu cuerpo, tu juventud.
Me dueles todo…
Me dueles...

domingo, 14 de diciembre de 2008

Otro sueño infinito




(En reconocimiento a Tsao Hsue-Kin)



Walton Beltrán Uyevic

Bajo la sombra de una vieja encina, el joven Paolo Yungue leía la novela “Suelo del aposento rojo” de Tsao Hsue-Kin. En un momento cerró sus ojos y reclinó su cabeza contra la arrugada piel del árbol y le entregó a sus ojos y a su cuello, un merecido descanso.
Soñó que estaba en un jardín idéntico al del Hospital Psiquiátrico, en el que permanecía después que su última crisis comprometiera la seguridad de quienes le rodeaban. ¿Cómo era posible que su cerebro reconstruyera tan fielmente el espacio bucólico que antecedía al tremendo bunker blanco de cemento y vidrio? ¿Cómo era posible que compusiera en su cabeza, tan celosamente, los pequeños detalles que cotidianamente y como un mecanismo de defensa escapan al estado conciente?

De pronto vio que se acercaban las dos enfermeras que le venían atendiendo desde hacía cuatro semanas. Él intentó dar la vuelta para refugiarse en la soledad que prefería, pero una de las enfermeras dijo: “Mira, allí está Paolo. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?” y luego gritó: “Paolo, no, no huyas”. El joven se detuvo en seco, acercó también el libro que leía a su pecho, como para protegerlo o buscar, en él, protección. Las enfermeras se le acercaron.
Al estar a unos pasos de distancia, se disculparon: “Te confundimos –dijeron-, no eres tan elegante como la persona que buscamos”. Eran conocidas de otro como él. “Pero si soy yo al que ustedes conocen”, dice Paolo Yungue, intentando capturar la cuota de cordura que debía tener tan insignificante percance cotidiano.
Sin embargo, las enfermeras argumentaron “nuestro paciente es Paolo Yungue, y se llama así porque su padre quiso honrar al pintor renacentista Paolo Uccello, ese que nació en Florencia. Nuestro Paolo siempre nos habla de la pintura renacentista florentina y él mismo pudiera llegar a convertirse en un reconocido pintor, si la gente no mirara con prejuicio su pintura. Después de decir esto, lo miraron inquisidoramente y le preguntaron ¿quién eres tú, para venir a intentar suplantarlo?, y se fueron burlándose de él.
Paolo Yungue se sintió abatido, nunca en su vida lo había tratado tan mal y comenzó a preguntarse si ¿habrá en la vida, en el planeta otro personaje como él, llamado del mismo modo, con los mismos padres, viviendo una vida paralela? ¿Cuántos mundos paralelos pudieran existir, entregando oportunidades para resolver karmas, para componer fracasos, para progresar en el camino a la perfección, realizando una u otra vez los distintos eventos y acciones que componen la vida humana?
Trabado en esos pensamientos, caminó y caminó, sin darse cuenta, hasta que llegó a la puerta de un ascensor que inmediatamente reconoció como familiar. Ya en medio del hall de distribución, reconoció inmediatamente un cuarto como el suyo. Cuando entró en la habitación vio a otro joven que yacía sobre una cama que él creía conocer bien. El joven estaba inquieto y gemía. Una enfermera se le acercó y lo despertó, dándole palmaditas en la mejilla y preguntándole: ¿Qué sueñas Paolo, por qué estás tan afligido?

-Tuve un sueño muy raro- argumentó. Refregó sus ojos y continuó explicando: “soñé que estaba en el jardín principal de este Hospital y que ustedes no me reconocieron y me dejaron solo. De algún modo las seguí o las siguió mi cuerpo mientras yo pensaba en lo que estaba sucediendo, subí hasta este cuarto y me encontré con otro que dormía en mi cama”.
Al oír este diálogo, Paolo Yungue, que se encontraba apoyado bajo el dintel de la puerta, no pudo contenerse y casi gritó:

-Vine en busca de un Paolo Yungue; y ese, eres tú.

Entonces el enfermo se sentó primero en la mullida cama y luego se incorporó rápidamente, para acercarse y abrazarlo gritando:

-¡No era un sueño, no era un sueño. Tú eres Paolo Yungue, el joven pintor!

En un momento de silencio, por la ventana que se encontraba entreabierta, se escuchó: -“Mira, allí está Paolo. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?”. Segundos después el grito se delineó aún mejor: “Paolo, no, no huyas”.

Los dos Paolo Yungue, que se encontraban trabados en un íntimo abrazo, se estremecieron y el soñado comenzó a desvanecerse, mientras el que lo soñaba le decía, en medio de gemidos y un sueño inquieto: ¡Vuelve Paolo, vuelve! Entonces una enfermera se le acercó y lo despertó, dándole palmaditas en la mejilla y preguntándole: ¿Qué sueñas Paolo, por qué estás tan afligido?

-Tuve un sueño muy raro, soñé que estaba en el jardín del Hospital y que ustedes no me reconocieron…

FIN