jueves, 20 de marzo de 2008

Alegre y Vivo




W. B. U.



En verdad, Pablo se sorprendió con el fuerte pitazo que taladró el vacío y el silencio en medio del campo oscuro. Al girar la cabeza a la derecha, vio como se aproximaba velozmente el tren y no necesitó intuir nada, porque la adrenalina ya comenzaba a mover cada una de las fibras de su cuerpo. Entonces giró desesperadamente la llave del vehículo pero éste no respondió. Supo de inmediato que no tendría tiempo de soltar su cinturón de seguridad, de abrir la puerta, ni saltar. Entonces sólo atinó a cerrar los ojos y a encomendarse a Dios, pidiendo en un segundo, como nunca había pedido antes, que lo salvara.
En la breve eternidad que pareció un instante congelado, el tren destrozó su auto, le fracturó algunas costillas y le cortó una pierna. Entonces, cuando ya todo acabó; cuando el traqueteo del metalero se perdía sobre los rieles que jugaban paralelos a dibujar una curva; cuando el tren fue devolviendo el silencio arrebatado, como pudo, mientras llegaba la ambulancia, Pablo se sentó y levantó sus dos puños al cielo, victorioso, agradeciendo a Dios, feliz por no haber muerto.


FIN

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