sábado, 29 de marzo de 2008

Uñas largas




W. B. U.


Nicole las cuidaba con una dedicación que se prolongaba durante muchas horas al día, por eso no alcanzó a darse cuenta que la vida avanzó veloz a su lado y envejeció puliendo, lustrando las superficies nacaradas, corrigiendo perfectas cutículas, limando la más mínima imperfección en los extremos de sus aguzados dedos.

De tanto vigilar sus uñas no vio que sus manos comenzaban a cambiar. Primero fue una, y luego varias las arrugas y pecas que comenzaron a cubrir sus extremidades. Pero las uñas eran una delicia de ser miradas y la envidia de muchas mujeres del pueblo.

Ella se empeñó, durante largos años, en ser mina, sofisticada y glamorosa, pero el tiempo la sorprendió soltando los pliegues de cada uno de los rincones de su cuerpo, convirtiéndola en una anciana indefensa y raquítica, que para lo único que vivía, desde la mañana a la noche, era para lucir sus uñas.

Sin embargo, la flaccidez de sus brazos y las anacrónicas ropas deshilachadas le colgaban del cuerpo, convirtiéndola en un desvencijado maniquí. Su propio deteriorado cuerpo no permitía que sus uñas lucieran como ella hubiera querido.

Durante su vida no estudió, ni trabajó, no entabló amores ni cultivó amistades porque se dedicó por entero a cuidar las extremidades de sus manos. En los últimos años, las uñas le impedían realizar cualquier trabajo doméstico, como alimentarse o asearse, por lo que terminó sus días mugrosa y apestando a todo tipo de hedores. Sus uñas eran un manojo ensortijado de laminillas de hueso de más de un metro y medio de longitud que habían atrofiado sus manos.

Al morir, con autorización de la escasa familia que le sobrevivió, los funcionarios de la universidad le cortaron ambas manos para ponerlas en exhibición.
Hoy, en el museo las miradas son multitudinarias; sin embargo, la admiración se confunde, a veces, con el asco, y en la mayor de las ocasiones, con una morbosa curiosidad.


FIN

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