jueves, 16 de agosto de 2007

El grito




Walton Beltrán Uyevic

Él siempre había tenido un obstinado proceder. Siempre había hecho lo que había querido, sin mayor límite moral que el de su propia conveniencia. Ya condenado, saltó la acequia con sus pies engrillados, hacia el paredón. En el tramo de doce metros del viejo patio carcelario, no se escuchó ni un solo lamento en esa fría madrugada. Había sido un asesino por gusto y, cansado de una vida de ocultamientos, se había dado el gusto de entregarse a la Justicia. Cuando vio titubear al Oficial, miró con ojos acerados a los fusileros, sonrió con una mueca casi imperceptible, hinchó su pecho y se dio el gusto de gritar: -¡Fuego!

FIN

1 comentario:

Anónimo dijo...

hay veces en que alguien tiene que hacer algo aunque no sea para su propio beneficio