lunes, 30 de mayo de 2011

Masacrando esta esperanza






















W. B. U.



Voy masacrando esta esperanza, lentamente,
con un llanto desgarbado.
Es un lamento quieto, sin deshonra,
que licua un alma mustia de tanto desconsuelo,
condenada para siempre al pecado de amarte en silencio,
a la angustia de verte caminar indiferente.

La mordedura ardiente de la melancolía,
incita este infinito dolor
y me deja el rostro abotagado de infamias,
en la convulsión de un miedo indigno.

Mis labios tiemblan de pavor,
ante el desconsuelo que echa raíces,
en esta casa vacía, en esta piel yerma
ante la soledad maldita que es esta ausencia de ti.

Mi rostro se empalidece, dolorosamente,
en una mueca de abyecta sumisión,
que no quiero, que no busco,
porque ciega de lágrimas,
ahogada en náuseas de terror,
voy masacrando esta esperanza, lentamente...

domingo, 22 de mayo de 2011

Siempre se están yendo...
















W. B. U.

Las calles están casi vacías,
los semáforos cambian de color,
inoficiosos.
Algunos vehículos transportan,
de aquí para allá, las historias inútiles
de tipos cansados.


El pavimento comienza a recibir
la llovizna en que te reflejas siempre
y el aire, nuevamente, huele a ti.



La noche se hace cada vez más larga
en esta soledad que palpita y me atrapa.
La noche tiene una sola dirección
cuando se contrae un corazón roto.



A veces,
cuando las lágrimas se repiten,
sólo queremos que alguien nos escuche,
que coincida con nuestro silencio,
con nuestra tristeza,
un momento,
y que con un leve susurro de labios
calme esta angustia
que se incuba, solitaria,
mientras arriba las negras nubes se van,
porque siempre se están yendo...

jueves, 28 de abril de 2011

Felices infelices



(Homenaje a la canción “Óleo de una mujer con sombrero”, de Silvio Rodríguez)













W. B. U.

En medio de la oscuridad que es tu pecho,
torrencial y gélida noche de temores,
veo una luz que vacila,
que titila triste un instante…

Corazón le llaman,
pequeño animal que teme,
alimaña, a veces,
que hoy se encoje en el estremecimiento
como una señorita buscando cariño…

Esa oscuridad promete dejarte ciega
por lo que no te atreves a dar el paso,
pero qué más da,
como susurra el trovador:
“la cobardía es asunto de los hombres,
no de los amantes”,
seres osados e irresponsables, envidiados
tanto más como bellos y audaces,
pero qué saben ellos, benditos ignorantes,
ni sospechan siquiera que el mañana existe…

Los amantes son el hoy,
felices infelices atrapados,
no pueden evadirse, escaparse
del hipnótico susurro del ahora,
que los convoca, los atrae fascinados,
seducidos en la eternidad del minuto,
en el placer jugoso del momento, hecho carne.

Los cobardes estaremos siempre anclados
al pasado y al futuro,
porque “los amores cobardes no llegan a amores,
ni a historias,
se quedan allí”,
arropados los pies, con la bufanda al cuello,
envileciéndose en la comodidad de un techo,
envejeciendo responsablemente...

Oh, vileza de la responsabilidad,
cuánto dolor…
“Ni el recuerdo nos puede salvar…”.

lunes, 18 de abril de 2011

Se derrama esta ilusión

W. B. U.


Se derrama esta ilusión,
que tú y yo llamamos felicidad un día,
hasta perderse impunemente
en el desagüe de la realidad.
Aterido de dolor mi cuerpo flota
en la alcantarilla del tiempo,
¿cuándo jalarán la cadena?

sábado, 9 de abril de 2011

Sin compasión




















W. B. U.


Despiadado él se alzó furibundo, encegueciendo
y la frágil razón de ella estalló en mil pedazos
todo desapareció, su sueño se fue muriendo
con ella, como si hubiera recibido el guadañazo.
En el ardiente fuego de su loco anhelo
de hembra, que nunca ha sabido esperar,
descorriendo de la escena el velo
comprendió todo y rompió a llorar.
Y para que nada faltase a su tortura
un grito la desgarró desde las entrañas
y fulguró sus pupilas una ráfaga de locura
porque se sentía atrapada cual alimaña.
Atrapada y expuesta a doloroso desplume
ella quiso desgarrar su piel compungida,
sobre la que permanecía el infame perfume
de aquella perversa promesa fingida.
En la playa de sus malditas esperanzas
vio su cariño mil veces ofrecido y rechazado,
arrastrado por viles olas de asechanzas,
que dejaban su amor con sangre manchado.
Cuando sintió en el pecho el deshonor
se estremeció en una convulsión siniestra
hasta que en el paroxismo de su dolor
comprendió que había perdido la palestra.
Con los ojos fuera de sus órbitas
ahogados en un llanto febril y terco
ella atinaba a mirar la careta irónica
y sentir el calor abrasador del desierto.
De tenerlo, pudo haberlo perdido todo
quizá, al final ésta fue su suerte mejor
seguro está el calor de casa y el acomodo
al hombre que da cariño que es casi amor.
También salvó la inocente voz del hijo frágil
que cándido no atinaba a comprenderlo todo
sólo pequeños esbozos de intuición lábil
descubría al mirar en la madre el triste rostro.
A pesar de su terrible dolor en medio
del pecho doliente y malherido
a pesar del desprecio cobarde y del tedio
debe seguir caminando su mal camino.
Su angustia era extrema, respirar le costaba
desgarrar el pecho quería, para que saliera,
la furiosa flama que por dentro le quemaba
al saberse despreciada y no compañera.
Mientras, bendito cielo azul soltaba arriba
su cóncavo dosel sobre el camino infame,
tálamo donde, acaso, la muerte y la vida
se enlazan perpetuamente para que no ame.
El infinito dolor de la hembra herida,
dividido entre las almas más errantes,
hubiera puesto taciturnos a todos en vida
pero no empañó con el más leve talante,
la divina armonía de la existencia que impone
que aunque por la vida camines, derecha o torcida
con aquella humildad, como Machado decir suele,
que debe ceder sólo ante la ley de la vida
y que es: “vivir como se puede”.




martes, 15 de febrero de 2011

Busco el silencio













W. B. U.

Busco el silencio para pensar
cuando la tarde derrama sus sombras
y las garzas alharacas
anuncian que se van a dormir
en la copa de un hacinado aromo.

Me sigo ahogando
en el amplio océano de esta soledad
a la que estoy condenado.

Los vuelos de las garzas
son mudos arpegios
en el pentagrama gris del cielo,
pero tornan en alegatos huecos
por una rama vacía
que disputan con algarabía
en medio de aletazos tercos.

Cae la tarde y las golondrinas
apuran su último festín de insectos
dibujando infinitos universos
que se expanden, cansinos,
en la superficie del tranque de Rautén.

Los grillos aparecen en la tarde
como gotas rubias cayendo,
impenitentes y constantes,
al tranquilo pozo del crepúsculo
y no aparece el silencio que busco
porque tu ausencia me grita
desde el confín de la distancia
en el que estás.

viernes, 4 de febrero de 2011

El ABC de la desdicha












(En honor al poeta chileno Rodrigo Lira Canguilhem, autor de "STP")

W. B. U.



Antes batallaba con destreza
entre finas golfas.
Hoy, imagino jalarles kimonos
lascivamente,
mientras nunca ñoño obsérvolas,
porque quiero rasguñarle
sus tersuras.
Un vil whisky xenófobo
yo zanjo.

Abusco conseguir
diversas energías fáciles,
ganadas honradamente.
Idolatro justo kilo,
la mínima ñapa
o para que rebaje,
superar tristes urgencias
valseando würlitzeres,
xerófilo ya zurrado.

domingo, 30 de enero de 2011

Tardes paseanderas











W. B. U.



El territorio de mi infancia
sabe a calafates agrios de Río Seco,
frutillas y translúcidas grosellas.
Sus sabores pálidos, verdes y espinudos
se clavaron en mi recuerdo
que tiene el sabor de tardes enteras
silbando con el viento,
corriendo tras una hoja seca.

Entonces, como ahora,
la felicidad no era gratuita ni eterna,
porque la ida fácil me hacía volar,
pero después la vuelta
la pagaba con un retorno lento.
El viento helado golpeaba mi cara,
atorando mi garganta a borbotones,
llenando mis ojos de lágrimas,
haciendo saltar mis mocos
mientras esperaba la caricia materna.

El territorio azul de mi infancia,
infinito de risas y luminoso de sueños,
lo caminaba en potreros asolados por la escarcha,
ansioso, siempre ha sido esa mi historia
y de la mano de mi abuela,
íbamos volteando bostas para descubrir debajo
el ambarino y sonriente sol de la achicoria.

En Barranco Amarillo
las tardes no eran jornadas de pesca
sino mariscar era el propósito
bajo la atenta mirada de la sabia chilota,
mi abuela,
cuando el Estrecho retrocedía
y como una mujer coqueta
se levantaba la falda mostrando los secretos de sus piernas.

Bancos de choritos, caracoles, mauchos y navajuelas
entre latones oxidados y alguna extraviada rueda
eran las mejores aventuras de mis tardes paseanderas.

Recuerdo la fuente de hierro
saliendo del horno de la casa vieja
con su cargamento de saladas y doradas lenguas,
y un olor a mar, que inundaba toda la pieza.

Mientras comía cientos de mariscos
escuchaba las entretenidas historias de mi abuela…

Hoy estoy tan lejos,
el territorio de mi infancia
no es más que una tímida escena
que se niega a morir en este corazón
de melancolía y de pena…

sábado, 8 de enero de 2011

Tu testigo









W. B. U.



Soy yo el que te ha visto crecer,
avanzar, respirar, parir,
hacer y dejar de hacer tantas cosas.

Contigo de la mano
he visto caminar veintinueve primaveras,
como hormigas del tiempo,
desde el balcón privilegiado de los años…

Y sigo siendo testigo de cada cosa que haces,
tus miedos los he resistido,
regalándote mis caricias,
enfrentándote a tus sombras,
iluminándolas.

Tu congruencia la he celebrado
como a un totem,
porque siempre me tranquiliza
saber que estarás allí,
en el límite exacto de mis necesidades.

Tus sueños alabo, tu respeto, tu solidez…

Porque te he presenciado desde mi silencio,
como un testigo mudo rubrico tu camino:
un hijo que es un ángel,
profesional competente,
fiel compañera,
amiga inseparable.

Porque te he amado he sido tu testigo,
espectador de cada cosa que has hecho,
hasta tus rutinas las declaro importantes.
Te he sacado de más de un pozo oscuro
y he trocado tu llanto en risa,
para que podamos seguir viendo
las primaveras que nos queden,
como hormigas del tiempo,
sucediéndose unas tras otras,
mientras las vemos,
desde el balcón privilegiado de los años,
tomados de la mano...

jueves, 6 de enero de 2011

Ni siquiera te vistas...









W. B. U.



No engalanes tu sangre de plumas,
ni colmes de luz escotes y portaligas,
no es necesario maquillaje,
ni músicas, ni luces, ni sombras,
porque tu risa,
sólo tu risa
desborda el río agreste de mis ansias.

No toques siquiera el brillo de tus ojos,
ni la pasión de tus palabras decores,
son suficientes así
con el sabor exacto
de tu deseo contenido
y mi voz azul
traducida en caricias mudas.

Ni siquiera te vistas,
que el mejor ajuar es tu piel y tu sombra.
Entra solamente por esa puerta,
tras la cual te espero.
Ansío verte como callas,
como sonríes,
como acechas y te ofreces,
para brindarte yo
mis arrebatos…

miércoles, 5 de enero de 2011

Tus bolsillos llenos...






W. B. U.

¿Dónde vas guardando los besos que no me das?
¿En qué oscuros bolsillos los ocultas?
¿Están muy llenos, ya?
¿Dónde guardas las caricias, los mordiscos,
cada uno de los placeres atrasados?
¿Dónde ocultas los deseos atormentados,
las ansias y el frío,
la sed y el hambre de mi piel?

Mujer, deja ya ese desvarío,
ese celo perturbado que te vuelve loca.
Huye de esos fantasmas que te enferman,
porque, al final de todo,
cuando quieres, cuando lo deseas,
te sorprende la fiebre, te traicionas,
caminas los pasos que no querías
y te niegas,
mientras la vida,
allá afuera,
te está esperando…

miércoles, 29 de diciembre de 2010

El Saco







W. B. U.




"Mamá" o "Mañana"..., no se entendió bien, porque -apenas- musitó un sonido ronco, tímido y, a continuación, apoyó la frente contra la tela fuerte del saco que lo contenía. Más que apoyarla, la depositó, como una hoja desprendida sobre el césped, cansado de tanto llorar.




La madrugada cómplice, sorda y muda, no permitió ver a la mujer, enajenada, arrastrando el bulto y encaminándose hacia el Puente del Monje, donde finalmente ejecutó el crimen con el que pretendía resolver impunemente su incapacidad de madre.





FIN

lunes, 27 de diciembre de 2010

Cinco









(Publicado en 1976 en el Diario "La Mañana" de Talca)

W. B. U.





Si tienes la oportunidad de coger una rosa,
no la tomes por su capullo,
tómala por sus espinas, y aprétala con todas tus fuerzas...
sentirás cómo las púas, se adentran por tu epidermis,
¡pero no, no la sueltes! ¡aprétala con todas tus fuerzas!
las espinas romperán la dermis, irrumpirán el nervio
y se clavarán en el hueso
¡pero no la sueltes!
te sangrará la mano y esa sangre soldará esa rosa a ti
y cuando ésta se desvanezca
sentirás que aún la tienes, porque fue tuya
te quedarán las marcas y con ellas la convicción de que fue tuya
cuando las espinas estén clavadas a tus huesos
nadie, absolutamente nadie, te la arrebatará
y será tuya...

...por una eternidad...
...desde el alfa al omega del amor...

Ojos color roble






(Publicado en 1981 en el Periódico "El Observador" de Quillota)





W. B. U.






Busco y busco
mil veces miro, no estás tú...
con la brisa del mar
viene tu recuerdo, agobiante...
y para mí, sólo eres un par de ojos
color roble...

Busco y busco
mil veces llamo, no estás tú...
viene tu imagen
a mi mente, indescifrable...
y sólo quiero ver durante un segundo
ese par de ojos color roble...

Sólo Dios sabe realmente
qué es lo que quiero
yo solamente
busco y busco
mil veces miro
mil veces llamo
y no estás tú...

Me abandono al deseo que tengo de usted






W. B. U.



Me abandono al deseo que tengo de usted.
Su sed es tan frágil que necesita ser saciada
como todas, pero como ninguna, ser amada.
Me entrego, por eso, al desvarío de su sed.

Me entrego a la promesa vertida a espasmos
aunque su promesa anduvo perdida y sola
no seré yo, francamente, ni sotana ni estola
que soporte aquel coro infiel de sarcasmos.

Seré el loco perdido que comete locuras,
ya escribo su nombre en una que otra pared
soy un bruto de amor, no digo finuras.

A veces altanero busco vuestra merced.
Unos días lento y en otros con premura
me abandono al deseo que tengo de usted.

jueves, 16 de diciembre de 2010

¿Qué es la vida, al fin...?




W. B. U.


¿Qué es la vida, al fin, sino este intento perpetuo,
este hurgar ciego y algunas veces atolondrado,
entre los racimos de una realidad sin compasión
en la que buscamos gotas esquivas, lágrimas acaso,
para saciar esta sed permanente de felicidad?

¿Qué es la vida, sino este simulacro doloroso,
este juego torpe y muchas veces ya sentenciado
en un escenario pletórico de fantasmas,
en el que nos enfrentamos al miedo constante,
a un aterrizaje forzoso en la realidad desahuciada?

¿Qué es la vida, sino esta falacia ingenua,
esta imbécil alegoría dependiente de la cuna
en la que te jugaste la suerte de nacer,
y que no termina de condenarte a la desesperanza
mendigando diariamente una sola oportunidad?

¿Qué es la vida, al fin…?

sábado, 11 de diciembre de 2010

Soneto XII







(De una mujer que no se daba cuenta de que era en si misma una heroína)
W. B. U.

Arriesgarte ante una realidad infame y cotidiana,
que te consume como un ocaso ávido de sombras,
enredándote sola en una telaraña que no compras,
hace que te conviertas en una heroína araucana.

No las loas dadas por extraordinarios trabajos,
ni por enfrentarte decidida a titánicos poderes,
que sólo en Hollywood ocurren esos placeres,
tan sólo el resistir frecuentes burlas y agasajos.

Imploras rescate pero aún no te das cuenta,
que desde el despertar y escuchar la diana,
cuando inicias tu viaje hasta la noche cruenta,

eres caminante que resiste, tan sólo humana,
eres romera valiente y eso es lo que cuenta,
convertirte siempre en una heroína cotidiana.

lunes, 15 de noviembre de 2010

En ese verde Edén



W. B. U.


En ese verde edén,
el verde césped se teme bermejecer,
se denegrece, decrece.
El jefe beréber cree tener
el reble cercén de Selene
en el verde césped.
Es desentender. Debe ser en el recel. Fe le excede.
Selene se ve render ensemble en él.
Este exceder depende del deber.
Él se ve hender entre bereberes,
pretende defender este edén.
Entender el heder en él es temer desdenes de Selene.
Se embebe en leche.
En el recel, Selene ve render el peldefebre,
ve crecer el tremer del beréber.
Selene pretende encender el semen en él,
en tres verdes meses.
Selene se ve esplender,
se desprende de “Recé en vez de temer”.
Selene expele: “Me preñé”.

Desde el pesebre, el jefe beréber,
pretende ver el breve lendel en el verde césped.
Pretende crecer en sesén,
vender desde tendel,
redeles, dehender receles,
teme en defender el trecén,
en sesén teme decrecer,
querer extender el verde vergel, le excede.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Quiero que llegues...






W. B. U.




Quiero que llegues
como pan,
como un milagro de cada día
en el hambre desesperada
de los bienaventurados.

Pero como no llegas
te sueño,
te sueño soñándome,
como un milagro
como tu pan cotidiano...

sábado, 23 de octubre de 2010

Fingiendo vivir



W. B. U.


Me voy quedando constreñida de vísceras,
muriendo de todo, lentamente, como un ocaso,
agobiante y torpe es esta muerte en vida,
en que no hago nada por seguir viviendo,
ni por morir.

No me golpeó tu desprecio,
sino tu apatía, tu falta de agallas…

Las esperanzas que fui tejiendo como una estola,
como retal de ilusiones que creía nuestras
las desgarraste de un tirón
y se pierden ahora
como gotas de un aceite añejo
que destilan lánguidamente,
tristes pétalos marchitos
que se pierden en las sombras
del recóndito pozo de esta soledad.

No tengo fuerzas para nada,
no puedo siquiera gritar.
Desgarrada quedó mi valentía
y hasta las lágrimas me han traicionado.

Lo único que se me ocurre
es abrir mi pecho
para sacarme de una vez este artefacto,
inoficioso músculo,
a veces altanero,
que late aquí dentro,
con el compás maquinal y austero
de ruedas roncas de tren sureño.
No quiero sentirlo más,
porque los ecos de su pálpito,
me suben a las sienes
y me fustigan,
como látigos hambrientos de esta carne triste.

La certeza de tu abandono no tiene compasión,
me desgarra,
haciéndome sangrar el aliento,
me hace güilas las fibras del anhelo y ya no queda luz.

El mate de la playa,
prometido y soñado hasta el cansancio,
como letanía de esperanzas,
sabrá a olvido y a soledad.
Y este útero ofrecido como patena de aguardos
se contrae ahora como un higo seco en la aridez del desengaño.

Necesito ahora esos besos,
los que te robaba,
esos besos indecentes
mil veces descubiertos en los pliegues de mi piel,
necesito ahora esos besos
para calmar la fiebre de este desgarro.

Pero sigue existiendo este amor maldito,
y este juego infame en el que debo seguir
fingiendo vivir…

lunes, 18 de octubre de 2010

Para atesorarme



W. B. U.


Despiertas recorriendo cada íntimo espacio
de ese cuarto que dejé.
Te sorprenden temblores al recordar,
resabios,
réplicas de noches abutagadas
de mi piel
y cruzas tus piernas
para atesorarme
por un instante,
persuadida de razones,
de inocencias.
Ya no estoy en tu cama,
sólo deambulo entre los intrincados pasillos de tu memoria.
Te peinas con dedos y uñas maltratadas
buscándome entre tus crenchas llenas de noche
y se te escapan nuevamente los quejidos y sollozos
como ecos desesperados
que intentan recuperar aquellas noches de pasión.

domingo, 3 de octubre de 2010

Bendita Fiebre



W. B. U.


Estos cuerpos se calcinan de tanto sol
enclaustrado de sábanas,
perdidos entre la noche,
que nos brindan las oscuras cortinas,
y caminan a tientas, con pasos estremecidos,
desfallecientes...

Resulta bendita esta fiebre que nos arrebuja
como niños malcriados, mimándonos,
entregándonos sus promesas atolondradas
como una epifanía de certezas.

Quiero explorar el calor de tus relieves
en una irresponsable travesía,
sin agua que calme estos ardores que incitan,
sin brújula que insinúe el camino de regreso.

A pesar del riesgo de consumirme
me acerco a ti, despacio,
porque tu bendita piel
vulnera la ímpetu de mis manos
que te encomiendan
a la oquedad de mi pecho ansioso.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Las Palomas de la Plaza de Armas


(Este texto obtuvo el 3º lugar en el Concurso de Cuentos del 40º Aniversario del Diario "El Observador" de Quillota, Chile)

W. B. U.

La pequeña niña tenía su cara embadurnada con helado de chocolate. Miraba absorta dos puntos en la Plaza. Apenas unos segundos observaba la pajarera, cuando otros tantos se quedaba mirando el Odeón.

-¿Qué pasa, Antonia?- preguntó la madre.
-¿Por qué están todos esos pajaritos allí dentro?
-Bueno, esos son pajaritos exóticos, que han traído de todas partes del mundo a Quillota y los mantienen allí, para protegerlos, porque en la noche hace mucho frío y se pueden morir- respondió sentenciosa.
Entonces la niña miró al Odeón.
-Y esas palomas, mami, ¿por qué no viven en esta casa?
-Bueno, mi niña, porque no pueden, no ves que le comerían toda la comida a estos pajaritos. En la vida hay quienes viven en casas alimentándose en forma segura, mientras que hay otros que no viven en casas y buscan su comida para vivir. Así es la vida. No hay nada que se le pueda hacer-, dijo respirando hondo tras concluir, satisfecha, el argumento.
-¿Y estos pajaritos de colores tienen la comida segura por vivir en esta jaula, mami?
-Claro, mi niña, y les dan comida y nosotros nos acercamos a la jaula para verlos comer y ver lo bonito que son, ¿no ves?-, terminó la madre, con una sonrisa forzada en los labios.
-¿Y las palomas?
-Bueno… ellas no, ellas deben andar por aquí y por allá, buscando su comida para vivir- sentenció la mujer, mientras intentaba saborear su helado, sin percatarse que su hijita, continuaba mirando una y otra vez a la jaula y al Odeón.

El sol caía diagonal atravesando una tupida pantalla de hojas, que los plátanos orientales habían esparcido formando un cielo verde y oscuro sobre la Plaza.

-Mami….-, la voz apenas se escuchó a causa de las demás risas infantiles.
-Dime hija…
-¿Tú crees que los pajaritos tienen más suerte o las palomas?- preguntó la niña.
-Pero claro que los pajaritos de colores, no ves que tienen casa y comida gratis-, señaló la madre, mostrando una sabiduría que le ponía fáciles las respuestas en su boca.
-Entonces, mami, ¿por qué las palomas parecen más felices que los pajaritos de colores?- preguntó la niña, mientras depositaba unos hermosos ojos verdes en el rostro de su madre.

La mujer carraspeó, se levantó del asiento, y tomando a la niña de la mano, continuó su camino…

-Anda, niña, tómate tu helado, que se nos hace tarde…

FIN

lunes, 27 de septiembre de 2010

Una vez más



W. B. U.

En la soledad del patio, él, un hombre que con inocente esfuerzo se arrimaba al umbral de los 35 años, jugaba, corría y daba vueltas, una y otra vez, siguiendo una órbita heliocéntrica en torno a su hijo autista. Recogía la pelota que le había lanzado cientos de veces para que el pequeño la tomara; sin embargo, el niño continuaba imperturbable, como una estatua de sal, atrapado en un halo de eterna inconsciencia que lo hacía encontrarse muy lejos, dentro de sí. La pelota le golpeaba suavemente el cuerpo, para alejarse dando breves botes, a unos cuantos metros sobre el césped.

Él, podría haber pensado qué sentido tenía todo aquello. Podría haberse dado por vencido. Pero como arrobado por una inconsciencia testaruda, prisionero de una fatalidad gratuita que encontró un buen día, recogía una vez más el balón, para lanzárselo al cuerpo.

Obstinado, quería ganarle al destino, quería vencer la derrota que la realidad le había propinado a los sueños que se había forjado cuando esperaba el nacimiento de la criatura: iba a jugar al fútbol con su primogénito varón, tal como habían jugado con él. Le regalaría una camiseta azul. Esperaba que su hijo golpeara el balón para que él, bajo los tres palos, simulara que su esfuerzo no podía evitar la conquista. Entonces, desde aquel día tendría que comprarle botines con estoperoles y las canilleras de última moda, tal vez llevarlo uno que otro domingo al estadio.

Él le lanzaba la pelota mientras lo estimulaba, pero los vítores rebotaban contra las solitarias y mudas paredes de la propiedad:

-Muy bien, ahora viene corriendo por la punta derecha, burla a uno, a dos, a tres, levanta la cabeza, lo mira mejor ubicado en el centro del área y le lanza el paseeee…-gritaba, jadeando.

Y ahí acababa todo. El eco de sus palabras se ahogaba abruptamente en el sordo pozo de la realidad. Terminaba el ataque de un equipo imaginario estrellándose contra la inclemente realidad de su hijo que sólo atinaba a quedarse de pie y a mirarse los dedos, que movía con extraordinaria habilidad, escribiendo increíbles historias en el aire.

No sabía cómo derrotar esa barrera infranqueable de soledad y aislamiento en la que estaba encerrado su retoño. Nadie podía saberlo, ni la ciencia con todos sus adelantos lo había podido insinuar siquiera, pero él, con una ceguera terca, iba una y otra vez a la carga, como un equipo que debe vencer a una cerrada defensa rival; sin embargo, tenía la llave en su poder sin saberlo siquiera. Lanzaba ya la pelota sin esperanzas, sólo porque debía hacerlo, en la soledad y quebranto de una paternidad malograda, y esa era, precisamente, la llave que liberaría su infortunio, porque continuó empecinado, como gota que orada el granito más duro, lanzando una y otra vez el balón.

-La para de pecho, la controla, se pasa a uno, se pasa al segundo, levanta la cabeza, lanza el pase, se huele el gol… se huele el gol…

Pero avanzaba la tarde y ya la luz adecuada para la práctica del fútbol, se había ido hacía rato, sin que él lo hubiera notado prudentemente. Además, su hijo de tan quieto que estaba en el centro del patio, sobre el césped, absorto, se estaba enfriando y podía coger un catarro.

Él, el padre obcecado, no había perdido la esperanza, sencillamente, porque no la tenía.

Sólo sabía que tenía que ir a la carga una y otra vez, para derrotar el aislamiento de su hijo, para hacer sucumbir esa barrera que, como una pared de piedra lo separaba de la vida común y corriente. Y en vez de haberse convertido en una gran máquina o cíclope que hiciera colapsar de un golpe la dura roca, se había vuelto una pequeña hormiga, testaruda y ciega, que iba silenciosamente, en medio del patio de su casa, mientras se iba la luz del sol, llevándose uno a uno los miles de millones de granos que conformaban esa pared egoísta para hacerla caer.

De pronto, él, el padre pertinaz, creyó ver un breve brillo de conexión en los ojos de su hijo y dificultosamente vio como su silueta, recortada tenuemente contra las sombras del patio, comenzaba a moverse…

En un momento, todo quedó suspendido por los finos hilos de la esperanza, padre e hijo fueron cómplices de una misma realidad. Desde el fondo del patio se elevó furioso un largo grito apagado miles de veces:

-¡Goooooooooooolllll!


FIN

jueves, 23 de septiembre de 2010

El sueño solitario




W. B. U.

Su soledad era tan grande como el pañuelo de seda que le habían regalado para su cumpleaños y ya el vacío casi perpetuo en el que se encontraba desde hacía meses, lo mantenía agobiado. Su conducta social era áspera y de un retraimiento hostil, propio del más cerril de los campesinos.
Sumido en las sombras más profundas de su cansancio, pero motivado por una necesidad tan imperiosa como recóndita, estaba Hernán soñando una vez más en aquella noche. Como víctima de un febril delirio, despertaba una y otra vez y volvía a quedarse dormido para continuar un sueño testarudo y perseverante, en el que un joven trigueño, delgado y de cabellos despreocupados, iba tomando forma y se le aparecía, cada vez más definido, en medio de un sinuoso camino rodeado de jardines.
En su inagotable deseo de compañía, Hernán era puro empecinamiento. Estaba empeñado en utilizar el poder de la palabra para crear de sus sueños a otro ser humano. Para darle vida a quien le acompañaría a ver transcurrir lentamente el calendario. Sólo para él, como un adolescente que descubre la potencia del amor. Su palabra era dicha e imaginada en sueños, perseverante y decidida, tan testaruda como el Obelisco de la Avenida 25 de Mayo. Su palabra era tenaz como un ruego.
Entonces, en el limbo de su conciencia, quería quedarse dormido cuanto antes, dejándose abandonado en el mar oscuro de su soledad, para que lo venciera nuevamente el sueño. Su palabra creadora en forma de ruego, comenzaba a trepar desde una soledad profunda, desde un abismo atlántico, elevándose como letanía encadenada en una rogativa seria y misteriosa. Su invocación monocorde doblegaba la quietud de sus dormidos labios y comenzaba a musitar suavemente el nombre de su creación, un muchacho que sería la compañía idealizada con la cual derrotar su soledad.
Entonces su palabra soñada fuertemente y musitada por unos labios dormidos se convertía en el verbo creador, dando forma a un vacío que intuía y se convertía así en un tímido dios, jugando a la creación.
Pero entonces surgía un ruido impertinente, un fastidioso accidente en el silencioso universo de su pieza y Hernán despertaba, transpirado, ansioso y molesto, incitado por su sublime esfuerzo de crear a un nuevo ser humano que lo acompañaría para siempre, que sería esencialmente fiel consigo mismo y con su soledad infinita. Él sabía que faltaba poco para que su palabra, su verbo creador se hiciera carne, formando con su creación una nueva e intrínseca relación, porque su creatura sería una persona, un otro que lo amaría como él ya intuía amarlo. Y su relación sería un nuevo Espíritu Santo, sería la máxima y plena expresión del amor infinito y veraz entre dos personas, que serían una.
Pero así como faltaba poco para lograrlo, faltaba poco para que llegara el día. Los cielos de Buenos Aires comenzaban a teñirse del grisáceo resplandor que viene desde las más lejanas superficies del Océano y Hernán sintió miedo de no poder lograrlo. Sabía que tenía que empeñarse aún más en su esfuerzo y recurriendo a las últimas fuerzas de una desesperada noche, se obligó a dormir para encontrar inmediatamente a su joven amado tendido en el prado de su jardín. Allí él estaba cómodo y seguro, como nunca, pero esta vez él sabía que no podía despertarse, porque si lo hiciese el alba ya habría llegado y todo su esfuerzo se perdería en el arrollador torrente de la conciencia. No, él no se permitiría despertar. Despertar suponía enfrentarse a una soledad que lo carcomía insensiblemente, por lo que decide acercarse al joven, en medio del jardín y de sus efluvios primaverales.
Él comienza por acariciarle un torso desnudo y corpulento y la sonrisa es correspondida, pero lejos de ese jardín, detrás de los altos abetos comienza a crecer lenta y sostenidamente el ronco y metálico ronronear de un reloj-despertador. Es el trabajo que llama, la oficina que llama, esa realidad abyecta que lo envilece sin compasión y a cada minuto del día es la que lo está llamando, insistentemente, desde la campanilla del despertador. Hernán se desespera y se oculta entre los arbustos de su jardín. Toma de la mano a su joven creación y deja que éste lo cobije con un brazo musculoso y lleno de vigor. Entonces mientras el sonido del despertador pretende destrozar la armonía del jardín, Hernán se entrega a un beso que lo borra todo, se entrega a un beso mágico que vuelve mudo ese maldito ronroneo metálico y por primera vez es feliz, es tan inmensamente feliz que todo ha desaparecido. Han desaparecido las preocupaciones, los miedos. Ha desaparecido el sonido del despertador y su jardín, ha desaparecido su joven compañero y ya solo, cree todavía sentir el vigor del robusto brazo, porque ahora todo es oscuridad y silencio…
El detective corre la cortina del cuarto para dejar entrar la luz, pero es la sonrisa en el rostro del cadáver de Hernán la que ilumina la triste habitación. Está muerto sobre su cama, sin lesiones aparentes atribuibles a terceras personas que explicaran su deceso. Como un presuroso juicio, el detective anotó en su libreta: “como si no hubiese querido despertar” y se fijó en una sutil sonrisa que le había quedado grabada en los labios. Era una sonrisa que daba cuenta de haber encontrado las más absoluta felicidad.


FIN

viernes, 10 de septiembre de 2010

Son las voces



W. B. U.


Son las voces de mis miedos
las que no callan
y perturban, a veces,
el silencio en que llegas
para abrazar mis anhelos.

Son las voces de mis sueños
las que gritan
desde el fondo uterino de tus afanes,
para que entre sonrisas y besos,
vengas a entregarte
como un regalo dulce,
como un postre alcohólico,
que me nubla la razón
y me obliga a la imprudencia,
insensato placer
que me alimenta.

Lo que escucho y no me deja
son las voces de mis deseos,
el rumor de tus pasos
que adivino,
el sabor de tus besos
que presiento…

lunes, 6 de septiembre de 2010

Esta distancia que nos separa




W. B. U.



Esta distancia que nos separa

es tan dolorosa y maldita

porque no es de espacios ni de tiempos

sino de oportunidades,

de falta de coincidencias,

de excesos de rutinas...



Esta distancia que nos separa

son dos vuelos solitarios

que se encaraman por las cumbres de la eficiencia

y nos vamos alejando

en este vacío que congela...



Esta distancia que nos separa

es el silencio que nos niega,

es el cansancio acumulado,

las rabias que no cesan...



Esta distancia no es más

que el simple morir

que insinúa, pero no llega...

viernes, 13 de agosto de 2010

¿Y qué tal si...?



W. B. U.


¿Qué tal si un día te sorprendo
con un beso delicadamente obsceno
y tu respuesta no puede ser otra
que la de entregarte
como una granada,
ofreciendo su dulzor rojo y perfumado,
vencida y anhelante?

¿Y qué tal si un día de estos
unto cada centímetro de tu piel
con las cerezas aromatizadas
de mis besos
y te convierto en un postre delicioso?

¿Y qué tal si luego,
te cuelgo otros besos
y con ellos te regalo una diadema de flores para tu pelo?

¿y si te pinto con mis labios
algunos zarcillos en tus orejas,
y si prendo otros besos,
ya con franca lujuria,
sobre tus sutiles pechos?

¿y si tallo la piel de tu cuello
con mi alborotada lengua
y tú no haces otra cosa
sino ir derritiendo
esa coraza con la que cubres tus anhelos?

¿Y qué tal si te quedara gustando
el sabor libertario de mis besos
y te entusiasmas en la egolatría de saberte diosa?

Entonces también te cubriría de mimos
y desde ese momento en adelante
te vuelves cautiva,
dejas de luchar
y ya casi sin aliento
te rindes,
te entregas satisfecha y vencida…

sábado, 7 de agosto de 2010

Cantata trazada para la A



W. B. U.


(En honor a Rubén Darío, nicaragüense)

Blas la amaba hasta al alba,
la hablaba larga, cada mañana,
allá, a la playa, a la mar,
a la plaza, hasta a la casa.

Ana, la dama más afamada, amaba a Blas,
mas la mamá, la nana, casarla trataban,
armaban plan, hasta hallar gran galán,
cabal, capaz, para apañar plata.

Ana bajaba la cama al aclarar,
andaba las gradas a la plaza
para hallar a Blas.
Allá, faz a faz,
pactaban a la parca
amar Blas a Ana, Ana a Blas,
nada, nada más.

Pasadas albas tras albas
Blas trataba hablar a Marta, la mamá.
Ya abastaban mantas, sábanas, camas,
alhajada la amada casa,
para al altar andar nada faltaba.

Mas la mañana marcada,
Marta halla a Ana abrazada a Blas,
cara a cara,
la araña la faz, tal las gatas arañan.
Blas la ampara, la abraza.
Marta lanza malas palabras
A alta garganta.

Al azar pasan atalayas.
Marta clama: ¡atrapad al canalla!
¡atrapad al rapaz mata damas!

Mañana fatal,
Blas clama, apalabra a atalayas,
mas nada alcanza.
Marta manda a Ana para Santa Clara,
matar a la dama trataba.
Blas, va a la cana.

Ya pasadas largas albas,
Ana amaba más a Blas, tras las barras.
Cada mañana aflacaba más.

Blas, tras la cana balaba gran plan.
Habla a atalaya, da plata,
salta la baranda hasta alcanzar la playa,
salta a la barca para alcanzar La Habana.

Blas clama alas al alcatraz,
lanzada la barca a la ancha mar.
A la mañana, Blas canta a Ana
a alta garganta.
Ana, tras las barras, baja la cama,
alma calmada, llama a la aya,
da las alhajas,
la aya calla.
Ana lanzada, saca aldabas tras aldabas
hasta alcanzar la plaza.

Blas llama a Ana a la playa.
“Amada Ana”, la clama.
Ana avanza a Blas, Blas avanza a Ana.
Ambas almas alcanzan la barca.
La lanzan a la mar,
ya jamás apartarán almas tan blancas…

jueves, 5 de agosto de 2010

Mientras yo me muero de vida


W. B. U.

Como una cabellera negra entre mis dedos
se escurre la noche doliente en que estoy,
este pequeño infierno que me han dado.
Mientras me voy muriendo de vida
mi padre se muere de muerte
y se abandona tranquilamente,
en silencio y expectante,
a una soledad maquillada de sonrisas y de afanes…

En este río de la vida ya no lo veré más,
con su cigarro en los labios
tirando sus anzuelos,
contando minutos y esperando oportunidades,
porque sus días de pesca ya terminan,
ya no le quedan gusanos,
ni ganas para sondear los secretos
de sus recorridos torrentes y raudales,
sólo veo ahora su figura quijotesca,
enjuta y lenta
y que le quedan como únicos propósitos
escapar al dolor
por su fiel camino de los recuerdos…

Y mientras el miedo lo asalte,
seguirá erguido mostrando el pecho,
convertido en el superhéroe
que siempre quiso ser.
Seguirá sonriendo y negando el temor,
enfrentando sus enemigos, como antaño,
con estrategias y juegos de guerra,
que disfrutaba vestido de uniforme.

Mientras me voy muriendo de vida,
en este páramo sombrío
entre miedos que me asaltan cotidianos,
mi padre se muere de muerte
y se abandona, junto a sonrisas simuladas,
mirando eternamente atrás,
contando una y otra vez sus historias,
que le pintan los ojos de éxitos,
historias repetidas una y otra vez,
en el fragor de la fiebre
de la noche interminable
y que, seguramente, seguiré escuchando
cuando ya no esté.

Sus días no son más largos que sus noches
y tan oscuros sus miedos,
que no se atreve a compartir.
Sus temores son un permanente cielo,
oscuro y solitario,
sólo estrellado por las luciérnagas
de sus fieles anécdotas…


sábado, 10 de julio de 2010

Rumor a ti...




W. B. U.


El rumor del río
no pudo ser opacado
por la quietud fría de las rocas
y entre cantos de alharacos tricahues,
subí por la humedad eterna
del Estero de La Sombra.

Las piedras albergaban
el paso tenaz del tiempo
y tu terquedad estaba reflejada
en los brillos fósiles del granito
y entre sombras, helechos y canelos
me fui adentrando en el bullicioso silencio.

Una rama de colihue
flotando en el raudal
y el vuelo de un chuncho
me recordó el vaivén
de tus caderas al bailar.
Entonces tus ojos,
nuevamente me desnudaron
y así, liberado,
nadé nuevamente en el hielo
que escurre raudo.

Tu pelo era el musgo
de los viejos roblecillos,
tus pestañas
las acículas rubias de los pinos.

Caminé y caminé
subiendo la quebrada
para escapar de ti,
pero no pude esconderme,
porque nunca estuve solo.

Aún no estoy solo.

Ay, cómo dueles
y cómo estás presente
en la quietud de todos mis paisajes…

martes, 6 de julio de 2010

Palabras...



W. B. U.


Al final quedan las letras,
simples palabras,
intrincadas sintaxis
arrojadas sobre un papel
o tal vez lanzadas al viento,
con furia,
irresponsablemente,
lanzadas a ese mínimo espacio,
a ese mínimo universo
que existió entre los dos…

Al final queda
sólo el resabio del sueño,
los dolores del sabor y el sinsabor…

Al final las letras fraguan a fuego,
incineran las cicatrices de la memoria,
amalgaman los límites,
el calor y el frío extremo de la vida…

Palabras...

Quizás si sólo son analgésicos
de una melancolía
que se pudre lentamente...

Palabras…

Sólo la vibración del aliento
que sale por estos labios
que tarde o temprano
serán carne de gusanos…

Las cicatrices de tu memoria



W. B. U.


Quiero caminar la vida y encontrarte,
depositar la luz de luna en tu piel
saciarme lentamente de tus miedos,
atesorarte con avaricia como miel.

Buscarte como un loco y volver a verte,
indagarte en la absoluta oscuridad
ya no hay argumentos para los miedos,
mis manos te verán a pesar de tu soledad.

Quiero tu boca roja como un manantial de besos
para saciar el seco desierto de mi piel yerta.
Mis torpes caricias pasarán mil veces
enjugando aquella, tu lágrima encubierta.

Te haré el amor con una franqueza tan hiriente
que amenazará la sinceridad de esta historia,
será mi cuerpo absolutamente insolente
para apaciguar las cicatrices de tu memoria…

jueves, 24 de junio de 2010

El Tejedor



W. B. U.

El silencio cómplice de la madrugada fue roto estruendosamente por las aspas del helicóptero militar. La camanchaca del litoral se metía por la puerta abierta de la nave y apenas permitía identificar los roqueríos de Punta de Fraile, a escasos metros de Horcón, allá abajo, a 200 metros, en el encabritado mar.
La faena se realizaba con mecánica indolencia. Uno a uno, el cabo y el sargento fueron lanzando los sacos con restos óseos, en la seguridad que le daba aquel acto impune y el hecho de haber agregado en cada uno de ellos, un pesado trozo de riel. Era otra orden más que se debía cumplir para defender el honor militar.
El suboficial recordó el momento exacto cuando, 25 años atrás, había detenido a “El Tejedor” en una tildada casa de seguridad. No recordó que se llamaba Emilio Pichilef, ni que era un verdadero prodigio, trenzando las fibras de lana de oveja que hilaba en su huso ancestral. No recordó tampoco, cuando lo torturaba, que Emilio le advirtió entre borbotones de sangre que tarde o temprano se iba a arrepentir.
Cuando el suboficial tomó el último saco, ya con algo de cansancio y molestia, no se dio cuenta que algunas fibras comenzaron a trenzarse en torno a uno de los botones de su chaqueta militar. Tampoco intuyó que se acercaba el momento de enfrentar sus crímenes. Sólo sintió, cuando lo arrojaba con un último envión, que su cuerpo también era jalado fuera del helicóptero y se precipitaba a un vacío silencioso, en el que se escuchaba sólo la advertencia de “El Tejedor”:

-Tarde o temprano…

FIN

sábado, 19 de junio de 2010

Amarte






W. B. U.

Fantasearte, murmurarte, necesitarte,
adivinarte, extrañarte, imaginarte,
ansiarte, invocarte, buscarte,
acecharte, encontrarte, acorralarte, mirarte,
rozarte, hablarte, acosarte,
piropearte,
exacerbarte, abrazarte, impacientarte,
olerte, descubrirte, esculpirte, acariciarte,
soñarte, recorrerte, abalanzarte, juguetearte,
capitanearte, acurrucarte, acostarte,
profanarte,
balancearte, adentrarte, besarte, reclinarte,
iluminarte, adivinarte, desnudarte,
adjetivarte, adorarte, enrojecerte, adueñarte,
levitarte, arquearte, galoparte,
arrimarte, dormirte y despertarte,
calentarte, empujarte, soltarte y tomarte,
sostenerte, cabalgarte, enfriarte,
recalentarte,
corcovearte, acelerarte, comenzarte y terminarte,
reincorporarte, dibujarte, convulsionarte,
conquistarte, acorralarte, cornearte,
crisparte toda…
demorarte y apurarte,
desbordarte y disgregarte,
encandilarte, lengüetearte, escaldarte y acabarte,
entibiarte, escudriñarte,
estallarte,
respirarte y exhalarte, abarcarte, explorarte,
montarte,
extasiarte, mimarte, navegarte,
saborearte, saciarte,
liberarte…
hacerte volar…
amarte,
tantas veces como sea necesario…

sábado, 12 de junio de 2010

Sus ojos, señora



W. B. U.


No intente mentirme, señora,
es imposible,
sus ojos la delatan cuando calla
y me susurran sus ocultos duelos,
me hablan de sus temores callados,
señora,
porque sus ojos no mienten,
nunca han sabido entregar una verdad, por otra.
Me gritan sus ojos y me gritan también sus ansias.

No intente engañarme, señora
eso no le queda bien,
no intente ocultar que le duelen los celos,
que le lastima adivinarme pensado por otra…
Señora, no mienta,
mire que sus ojos la traicionan, la descubren
hasta en sus intenciones más secretas
y queda entregada como una flor…

Sus ojos revelan lo que siente,
señora,
sus ojos declaran su apetito,
la traicionan,
sus ojos la entregan a mis ganas.

Sus ojos, señora,
manifiestan,
gritan lo que usted quiere guardar.
Evidencian lo que usted trata de encubrir,
celosamente,
porque usted quiere eclipsar la evidencia.

Vamos, es hora de que confiese, señora,
lo que ya han confesado sus ojos,
que no soporta la idea
de verme amado.

Vamos, señora,
suelte de una vez,
las riendas de ese amor
que se muere por regalarme…

sábado, 5 de junio de 2010

Demasiado peligro





W. B. U.


Dos soledades que se encuentran,
inesperadamente,
en el tormentoso camino de la costumbre
son demasiado peligro,
demasiada impaciencia contenida en llantos secos
que alientan el deseo imprudente,
son abundante ansiedad reprimida,
torturada en cada pliegue de la piel,
sometiendo a la cordura.

Dos soledades que se encuentran,
inesperadamente,
en el camino turbulento del hábito
son demasiada locura intrépida
salpicando la prudencia,
mortificada por los besos que no llegan,
azuzando al miedo con un silencio amordazado,
haciendo latir al corazón con descaro.

Dos soledades que se encuentran,
inesperadamente,
en la ruta delirante de la rutina
son demasiada incitación,
demasiado apremio loco
para un corazón temeroso de fantasías.

Por eso, quizá, sólo por eso,
te dejo pasar como un cobarde
y los caminos se cruzan
sin saludarse, sin mañanas,
dejando un rastro de begonias marchitas,
con el sabor amargo de lo que pudo ser…

viernes, 4 de junio de 2010

Soneto VIII, Una amante para hacerte el amor con rabia






W. B. U.




Una amante para hacerte el amor con rabia
necesito tener en mi alcoba esta noche
hasta que mis manos descubran en el roce
el calor tuyo, que necesito como savia.

Una amante podría ser un buen remedio
para rechazar la rutina que me ha herido
haciendo que todo lo que yo he vivido
se convierta irremediablemente en tedio.

Mi secreta amante podría ser una sirena
que me encante lánguida a orillas del mar
y escribir de nuevo tu nombre en la arena.

Esta amante podría ser también hechicera
de las palabras y rimas que te hacen soñar,
rapsoda, poeta errante del amor, mensajera.


jueves, 3 de junio de 2010

Tus ojos me salvan



W. B. U.


Tus ojos me salvan de este miedo.
La perpetua profundidad de tu silencio
me acaricia y me acoge,
y me regala un olvido fugaz
como aroma de flores desérticas.

Entonces camino como un sonámbulo
buscando mariposas amarillas
y encuentro tus miradas quietas,
que me salvan,
me salvan aunque no se pueda
curar las llagas de la memoria.

Me salva, también, una y otra vez,
la luna que imagino flotando
en la profundidad oceánica de tus besos.

Me salvan, tus ojos me salvan de este miedo.

sábado, 29 de mayo de 2010

Walking Around III




W. B. U.


Sucede que me canso de que sigas siendo hombre,
payaso infame acostumbrado a pisar, arrasando,
atropellando espacios, institutos, talleres y oficinas
con pasos y voces impunes, con ademanes de conquista
amparado por voces de patriarcado milenario.

Sucede que me canso de tus músculos
y tu falta de cojones, de tus golpes gratuitos
y de los ya tantos femicidios que sumamos,
con vergüenza, este lluvioso 29 de Mayo,
mientras siguen diciéndote, con descaro,
con cinismo amargo, que los hombres no lloran.

Sucede que me canso de que sigas siendo mujer,
espiándote en rincones, descubriéndote en espejos
mil veces condenada a tu condición de útero fértil,
pero perpetuamente apuntada en tu pubis
como si fuera el pecado mismo.

Sucede que me canso de tus vergüenzas ancestrales
y tus rápidas lágrimas gratuitas, colosales,
siempre vertidas para conseguir propósitos
y escapar a tu inculcada pequeñez de hembra,
mientras siguen diciéndote que no te des vuelta de carnero,
que se te verán los calzones, que una niña no hace eso.

Por eso, digo, que sería maravilloso verte caminar,
pidiendo permiso al sol y al aire para dar un paso más,
dándote permiso tú mismo, para llorar cuando tus miedos
te atragantan los racionales argumentos
con los que pretendes dar soluciones y no caricias.

Y sería maravilloso verte abrir tus miedos de par en par
y verte llorar, desbordado en lágrimas tutelares,
sin que ningún imbécil te grite que por eso eres una niñita,
como si ser niñita fuera el error mismo.
Sería maravilloso ver tus lágrimas convertidas en mocos
atorados, como mariposas, entre los gruesos crines de tu bigote.

¡Sácate los miedos que te ocultan,
aféitate tu vanidad de hombre,
desnuda tu condición de hijo de mujer!
Sería maravilloso verte extirpar tu pene
y verte aprender a hacer el amor con tus manos,
con más minutos, con más piel,
con muchísimos más labios y la sombra de tu voz!

Y también sería maravilloso verte alzar tu canto,
romper definitivamente tu silencio lleno de miedo,
y con el fuego de tus sangres mensuales
verte incendiar el yugo de la falda que te pusieron.
¡Sácate los sostenes! ¡Sácate los calzones!
sería maravilloso verte caminar desnuda de temores,
apuntando con tus pezones, a una y otra vereda,
a los responsables de tu postergado vuelo,
para que ya nunca más...

Sucede que me canso de que sigas siendo…

jueves, 20 de mayo de 2010

Apúrate




W. B. U.

Apúrate,
porque se me acaba esta eternidad
que es amarte todavía como un loco,
y ya no queda tiempo,
cuando mi cuerpo agobiado se desgrana,
se deshoja, se desmigaja, poco a poco.

Apúrate,
porque a punto está de romperse
la cama en que nos sacrificamos,
y ya no queda tiempo,
para darnos de mordiscos, babearnos,
asestarnos miradas, besarnos.

Apúrate,
porque se me acaba esta eternidad
en que nos encontramos solos,
y ya no queda tiempo,
para lamernos, gozarnos, amarnos lo último,
porque como muertos nos acabamos.

Apúrate,
porque mi seca piel reclama aún tus labios,
mi rostro marchito, mis cabellos grisáceos,
y ya no queda tiempo,
para mis manos enjutas, mis piernas trémulas,
que dan pasos perdidos por oscuros espacios.

Apúrate,
porque tú tienes, amada mía, lo que he amado
objeto único de mis esponsales,
y ya no queda tiempo,
apúrate,
que las aves de mis manos
quisieran una vez más construir sus nidos
en la loca geografía de tus humedales.

domingo, 9 de mayo de 2010

El Sueño




W. B. U.

Gabriel se levantaba cada día recordando perfectamente lo que había soñado durante la noche anterior. Así venía sucediendo durante los últimos años, lo cual no era, claro está, ningún problema para él. Al contrario, era más bien gracioso, sobre todo si se considera que, luego, le iban ocurriendo una serie de percances durante el día, que hacía que el sueño se fuera materializando completa y fielmente.
Esta suerte de premonición era como un embrujamiento alegre que le ayudó, en último momento, a cambiar de bus en un viaje al exterior, después que recordara que la máquina que soñó volcada e incendiada, tenía una franja azul y roja sobre un fondo platinado, tal como el bus que le abría las puertas para que subiera.
Se vistió de héroe cuando repitió, paso a paso, lo que había soñado y salvó a su jefe después que éste se atragantara con un pequeño trozo de carne en el restaurante. Debió fingir que se sorprendía, cuando en una ceremonia le conferían un importante premio que disputó, palmo a palmo, junto a otros dos colegas.
Sin embargo, desde hace siete días atrás todo ha sido un verdadero infierno para él, porque ha permanecido en vela después que soñara que justo en el momento de dormirse un ataque cardíaco terminaba con sus días.
Gabriel ha consumido una serie de cosas, desde café con bebida cola, hasta bebidas estimulantes. Ha fumado, se ha lavado la cara para no dormir, pero ya anda a los trastabillones. Se vio obligado a consumir drogas mezcladas con café, cuando estaba a punto de dormirse, porque quiere escapar a su designio.
En medio del agobio, Gabriel quiere espantar un dolor lacerante en su espalda y se recuesta para darse alivio. En ese instante, comienza a pensar que su vida ha sido buena. Piensa en sus hijos y se cruza también por su mente, el momento exacto cuando contrajo matrimonio con Sara. Este recuerdo, sin embargo, fue difícil de evocar porque un dolor muy penetrante estaba aguijoneándole el pecho…

FIN

sábado, 10 de abril de 2010

Voy a hacer un pacto con las luciérnagas




W. B. U.

Voy a hacer un pacto con las luciérnagas
para que me salven de ti,
de tus labios de flor
y de este camino oscuro
por el que con miedo voy…

Voy a hacer un pacto con las luciérnagas
para no caminar a tientas,
en medio de la ansiedad,
mientras me muero llorando
apoyado contra los barrotes de tu reja
que se cierra lentamente para mí…

Mi pena palpita aquí en mi pecho,
quiere reventar mis sienes
como ecos de mis pasos tristes,
porque ya de mi memoria
te comenzaste a despedir…

Voy a hacer un pacto con las luciérnagas
para que me salven de ti…

Mi casa es un zoológico



W.B.U.

Hoy me levanté convencido
que mi casa es un zoológico.
Veo animales por doquier.
Para mamá esto es paradójico.

Ella me dice: “pero si eso es sólo
la manga de un abrigo elegante”,
yo lo miro y lo vuelvo a mirar.
Veo en él a un fabuloso elefante…

Entro al baño y en seguida me grita:
“por Dios, no tires la toalla a la tina”
Yo respondo: “no es toalla, mamá.
¿Lo ves?, es una tremenda sardina”.

“Métete de inmediato a la ducha”,
me grita con actitud ferviente
mas no me atrevo, porque bajando
por la pared viene una serpiente.

“¿Qué haces, ahora con el jabón?”,
en la frente se le dibuja una arruga.
No la comprendo, ahora no quiere
que juegue yo con la tortuga.

“Trae acá esa cabeza, la voy a peinar.
Estás chascón” fue su argumento,
Yo me pregunto: si quiere peinarme
¿por qué coge un ciempiés en ese momento?

Luego, en la cocina casi me grita,
en forma totalmente alharaca:
“no te sientes al revés en la silla”.
No ve que voy montando una alpaca.

Al rato reclama: “¡mi sofá gris!,
Te mereces un severo castigo.
No me lo ensucies”, no se da cuenta
que es el rinoceronte, mi amigo.

Ya cansada me manda a la calle a jugar.
Espera que por mucho rato yo no vuelva
Creo que así será, porque ella no sabe
que acá afuera hay una verdadera selva…

viernes, 6 de noviembre de 2009

Dos caballos blancos










W. B. U.


Desde muy niña a ella le gustaban los caballos. Yo, en cambio, los he odiado siempre. Ella los cuidaba y los mimaba con entrañable cariño, costumbre que inició en aquellas tardes lejanas de su infancia, cuando galopaba las horas y los crepúsculos en los campos del abuelo.
La primera vez que lo hizo sola, frisaba los doce años. Casi voló aquella vez. Su delgado cuerpo flotaba sobre el suave lomo del animal, mientras su pelo largo dibujaba orlas doradas que se recortaban sobre el cielo intensamente azul, dando un poco de paz y descanso al esforzado abuelo, que la miraba extasiado.

Ahora ella está frente a mí, en otras circunstancias. Muchos años han transcurrido, desgranándose día a día, con paciencia de árbol. Mientras yo estoy atento a cada movimiento, ella tiene una mirada perdida, absorta en quizás qué pensamientos lo que me brinda la oportunidad de apoderarme de uno de sus caballos blancos, sin que se percate, sino hasta que sea suficientemente tarde.
Ella, cada tanto, hace enormes esfuerzos por seguir defendiendo sus caballos. Los oculta, los protege con las pocas fuerzas que le quedan. Me había encargado yo de irla despojando de todas sus capacidades, de todas sus oportunidades, de todas sus convicciones. Su fuerza no era ya más que una tímida caricatura de lo que fue al inicio de nuestra contienda, cuando intentó atacarme en mi punto más débil. No contaba ella con que había aprendido a leer muy bien su transparente inocencia.
Mi deseo de causarle daño, se había vuelto un empecinamiento, hasta el punto de no pensar en los riesgos que ello implicaba. Lo único que osaba en meditar era la forma impúdica, casi obscena, en que quería apoderarme de sus dos animales, lo cual –me exigía- debía hacerse estableciendo, con claridad meridiana, que sólo me movía a ello la venganza. Para lograrlo debía ser de una manera tal que ella asistiera al espectáculo de la captura, sin que tuviera la menor posibilidad de reaccionar ni de revertir la situación. La quería ver desesperada, compungida.
Si a consecuencia de mis actos, yo recibía luego algún castigo, eso echaba por tierra el placer de la venganza, por lo tanto pensé muy bien, en varios repasos meticulosos, cada uno de mis movimientos. Ella debía darse cuenta, mansamente, que había sido yo el causante de la desaparición de sus caballos. Ella debía quedar absolutamente estupefacta, castigándose una y otra vez, por haber permitido mi jugada macabra, la cual –me resultaba imperioso- debía terminar completamente impune, avalada por su complacencia.
Finalmente, me decidí a hacerlo de la forma más brutal posible. Nada de sofisticaciones. El movimiento debía ser nítido, claro, casi bestial, y así lo hice.

Ella no vio el movimiento perverso y sutil de mi mano. Tomé al pequeño animal por la cabeza y sentencié:

-¡Jaque!

FIN

miércoles, 21 de octubre de 2009

Cuando miro el agua...

Cuando miro el agua
sale una flor hermosa
como tú.

Cuando sale la luna
sales tú con tu peluche azul.

Cuando miro el arrebol
apareces tú
y cuando miro el cerro apareces tú.

Cuando miro el agua sales tú
y cuando miro el cielo
sale una flor como tú.

Autora: Diana Pineda, 10 años.

martes, 29 de septiembre de 2009

El Secreto




W. B. U.


Él llega a hacerse cargo de los negocios mafiosos del padre después de quince años de ausencia. Encuentra de inmediato a la sirvienta, cuyos pechos provocan nuevamente los mismos sentimientos que incitaron su temprana y verrionda adolescencia, y a pesar de que el tiempo y la gravedad ya los han magullado, aún conservan algo del donaire y la turgencia de otros tiempos. ¿Lo habrá amamantado alguna vez?, piensa. No lo recuerda, pero intuye el sabor.
Él era el último hijo de Doménico Calabressi, un capo respetado por muchos. Los que no, aún retuercen sus huesos a tres metros bajo tierra.
Sus dos hermanos habían sido mucho mayores y ya había muerto en reyertas estériles y alcohólicas. Más de 20 años los habían separado y, a ciencia cierta, cada vez que lo preguntó, nadie pudo responderle cómo su madre lo parió teniendo más de 50 años.
Franco llegó orgulloso y altanero como todo un Calabressi. Era el fiel reflejo del padre.
Esa actitud desafiaba la humildad de la empleada, la última de todas las sirvientas y criados que había en la casa familiar. Tampoco se imaginaba por qué su padre no había despedido nunca a esa mujer, bastante lenta para los trabajos domésticos y quien se desenvolvía por la casa, como transportando a hurtadillas un desafiante secreto ominoso.
Él la llamó y sintiéndose todopoderoso comenzó a acosarla. Ella retrocedió roja de vergüenza y salió corriendo del despacho principal. Él la llamó con más fuerza y le dijo que la quería en su cama esa noche. Pero esa noche, él durmió solo.
A la mañana siguiente recibió una descarga de preguntas, nuevas exigencias y amenazas. “No, no puede ser”, fue toda la respuesta que recibió Calabressi. “A mí nadie me rechaza”, sentenció él, seguro como un dios. “Prefiero la muerte”, sollozó ella, encogida en su humildad, mientras intentaba disimular el temblor de sus manos con un pañuelo. “Será”, pensó él, achicando sus gélidos ojos felinos.
A los tres días, la mucama fue sepultada en un pequeño cementerio a las afueras de la villa, sin fiestas ni lágrimas.

FIN

domingo, 27 de septiembre de 2009

La Escalera




W. B. U.



Tres veces por semana, Miriam hacía subir sus sueños más callados por esa escalera que la conducía al misterio de siempre. Hoy, con el mismo sol en las alturas, seguía siendo jueves, tal como el día anterior. Tal como hacía dos días y tal como hacía tres, porque el viento fresco y salino, como entonces, le refrescaba el afiebrado rostro como una letanía, y el frío que cargaban millones de minúsculas gotitas de mar, le hacían erectar los pezones de sus escuálidos pechos que se erguían bajo la polera, como una breve amenaza.
Se atrevió a dar el primer paso y pensó por breves segundos. El primer peldaño de la escalera de cemento le parecía ya una altura seductora y provocativa. Pensó en el graznar de las gaviotas que le taladraba los oídos igual que en los días precedentes. Pensó en que, luego, el plan de Valparaíso se quedaría unos doscientos peldaños más abajo, junto con el olor a jureles gritados destempladamente en las calles contiguas a la Plaza Echaurren.
Ella buscaba lo de siempre. Encontrarse con cualquiera, porque cualquiera servía para saciar la profunda sed de su soledad. Ella buscaba encontrar el pretexto que le hiciera darse cuenta que algo estaba transcurriendo, que algo era distinto al quehacer de su día anterior. Pero, no. Todo era exactamente igual. Todo era como un mismo rutinario y constante Dèja Vu, repitiéndose una y mil veces. En esa escalera no aparecía nadie y ella se veía obligada a seguir subiendo. Pensó entonces que, como siempre, tocaría con la punta de los dedos la irregular pared de piedras, cuyos peldaños olían a orines trasnochados y a gatos marcando territorio.
Todo era igual, exacta y odiosamente igual. Era un conjunto de sensaciones y realidades que se materializaban de la misma forma, sin la menor variación, como un segundo empalagoso que duraba horas. Ella subía y subía cada peldaño con la decisión que le habían enseñado sus padres y una vida de carencias. Ella subía cansada, sin darse cuenta. Era un tiempo agotado, que permanecía estático a su alrededor. Un espacio, también cansado. Es que ella había estado, como cada noche, hasta las cuatro de la madrugada, en el bar que colindaba con la casa, donde alquilaba una pieza con otros cuatro estudiantes universitarios.
Pensó que cuando subiera los últimos tres peldaños se daría cuenta que, en la noche anterior, se había comportado en forma miserable y patética, al intentar justificar lo injustificable y que, al final, para no seguir discutiendo, había sido suciamente agresiva, al espetarle en la cara: “Entiéndelo, no soy la santa que tú quieres”. Después de ello, había dejado tras de sí un portazo, cuyo eco, latoso como una peste, todavía martillaba en su memoria.
Cuando llegase a la calle de la Facultad, pensó que se daría cuenta inmediatamente que, tal como el día anterior y los días precedentes, todo se había detenido bajo el sol cenital. Allí estaría la lata de cerveza aplastada, como el día jueves. Allí estaría la rotura en el conducto del agua de lluvia, carcomido por el paso de un tiempo oxidado y detenido en el olvido, tal como lo había visto tantos jueves.
El tiempo no transcurría, porque nada cambiaba en la magnífica rutina de Miriam. Ni siquiera envejecía, lo que, a veces, le resultaba molesto, pero justo entonces entendía que el tiempo era la magia que construía para sí, cada vez que hacía algo distinto a lo anterior.
Por ello, cada mediodía llegaba hasta la Facultad de Música de la Universidad Panamericana y entraba al salón de clases. Allí, arrellanándose en una mullida silla y en su silenciosa soledad, arrancaba las primeras notas de las cuerdas de su violoncello y el tiempo, mágicamente, comenzaba a transcurrir. Era un devenir matemático, un efluvio mecánico expresado en fracciones de un tiempo estático que se desgranaba en infinitos rebotes en las paredes del salón. Era el tiempo un sonido que asemejaba a voces humanas y que se le metía por los poros. Sólo en esa instancia mágica y creadora el tiempo existía. El sonido se deslizaba desde la caja de resonancia de su violoncello e inundaba y desbordaba sus tímpanos. Hacía vibrar las paredes, las hojas de los árboles y las miradas abatidas. El sonido inundaba de luz aquellos escondrijos donde se ocultaban las sombras y el silencio. Entonces, ella cerraba, por fin y ritualmente, sus ojos, siempre ávidos de imágenes, y se dejaba mecer por los acordes trinitarios y los arpegios que jugaban a escaparse por la ventana. Se dejaba llevar por los ritmos, balancear por las armonías, acariciar por las percusiones; en definitiva, se dejaba sentir cada uno de los instantes musicales que le proporcionaban la felicidad de tener la certeza de que el tiempo transcurría. Sólo así se sentía viva y se sentía envejecer, aunque fuera lentamente y sólo tres veces por semana, después del mediodía.
Después de dos horas, en cuanto dejaba de frotar las cuerdas de su violoncello con un arco firmemente aferrado a sus dedos, sentía que todo volvía a detenerse. Se estancaba la vida y su corazón en una tristeza profunda y quieta, porque todo volvía a ser igual que en los empantanados días anteriores. La misma rutina hiriente de su pobreza digna, como un calor pegajoso que no la dejaba moverse, la esperaba agazapada. Entonces, intentaba sacarle nuevas notas a las cuerdas, pero sabía que no podía quedarse, porque debía cumplir con el rito de salir del salón, salir de la Facultad y bajar por aquella escalera, que la conducía a la eterna rutina de su soledad.
Sin embargo, a pesar de la enorme tristeza sospechada, que sucedería a la excitación que le provocaba el fabuloso momento en que creaba el tiempo frotando las cuerdas de su violoncello, respiró profundo, se atrevió, incluso, a sonreír y dio su segundo paso para subir por la escalera en busca del misterio.

FIN