miércoles, 26 de diciembre de 2007

Rumbo al trabajo







W. B. U.
(basado en una idea de Laura Hidalgo)


Suena el despertador a las 7 de la mañana. Hago un ligero amago de levantarme, pero retraso la alarma, lo que suponen diez minutos más de tregua. No alcanzo a conciliar el nuevo sueño cuando vuelve a sonar el dichoso aparato. Entonces, después de estirarme, enciendo la radio como todas las mañanas. Comienza a sonar “Beast of burden” de los Rollings, lo cual me dibuja, casi por encanto una sonrisa en la cara, ya que pienso que soy una bestia de carga que comienza a ser azotada por otro día más de trabajo. Apuro todo lo que dura la canción metidita en la cama para atesorar ese calorcito que acaricia, comparado con el frío reinante afuera.

Comienzo, entonces, a soñar contigo y con nuestro próximo viaje. Qué ganas tengo de hacer ya de copiloto y de tener contigo largas conversaciones de coche, aunque sé que toda conversación terminará en tus impertinentes preguntas acerca de mi pasado. ¡Ja!, te esfuerzas en disimular las preguntas, en ocultarlas muy bien, intentando sonar lo más casual posible, pero al final es lo mismo. Preguntas todo de mi pasado, que cómo fue esto o aquello y yo sé que te pararé en seco la impertinencia, obligándote a amarme como soy. Y te ruborizarás por ser tan inseguro, mirarás fijo hacia adelante en la carretera, hacia ese imperceptible agujero negro que atrapa las líneas paralelas de los bordes del asfalto para engullirlos tranquilamente y comenzarás a conducir un vergonzoso silencio.

Al final, sé que todo el viaje se hará más llevadero según la selección musical que pueda hacer, porque iremos chasqueando los dedos, tarareando o cantando supuestamente felices y entonces pienso… ¡qué cojonuda es la música!

Corro la ropa de cama, pongo los pies en el suelo y doy más volumen al equipo musical. Hago el pis mañanero con la puerta del cuarto de baño completamente abierta, porque sé que estoy sola. Entonces suelto mi sonoro estómago con total desparpajo porque sé que estoy completamente sola.

Me lavo las manos y me preparo el desayuno. El café instantáneo sabe de mil maravillas. La crema con vainilla le da ese sabor y aroma que me transporta a la casa de mis abuelos cuando era una rubiecita de bucles con apenas seis años y el café estaba vedado para mí. Entonces siento que algo se activa adentro y que ya soy un poco más persona. Me ducho con agua caliente primero, y, a pesar del frío reinante, con un golpe de agua helada, al final. ¡Ja!, más persona aún. Me visto. Me maquillo bien, porque ya sabemos que una es muy coqueta y quedo preparada, lista, totalmente lista para enfrentar un nuevo día, con mis blue jeans gastados y mis zapatillas tenis estropeadas. Me calzo la gruesa bufanda tejida con fiel cariño maternal. Cuelgo mi laptop en el hombro derecho, doy una última mirada al departamento, para guardar el orden en mis retinas, para cerciorarme que todo quedó organizado como debe ser y pienso en la oficina y en los diseños publicitarios que debo terminar hoy. Entonces abro la puerta y me dispongo a bajar.

-Buenos días, Laura-, me saludan. Respondo como una autómata y pienso que la metamorfosis se está completando rápidamente, poco a poco me estoy convirtiendo en la persona que soy todos los días. Ese ser social que regala sonrisas, dispuesto a ofrendar su cuota de civilidad para que el grupo humano, la sociedad completa, funcione. Ahora, cuando cierro con doble llave la puerta, ya tengo identidad. Pienso en lo increíble que resulta que la identidad sea una ilusión que te proveen los demás, que te otorgan los otros cuando te señalan. Vivo todo el día conmigo misma, intentando ser mi cómplice y, al final, la identidad me la proveen aquellos que me llaman, los que me odian o los que me aman. Nunca, con toda seguridad los que me ignoran, que para ellos no existo.

Llego a la calle y saludo a pocos... ¡La ciudad es tan grande! La ciudad es tan grande y sus calles cubiertas por pavimentos me impiden echar raíces. Es tan inmensamente grande la capital comparada con el pequeño pueblo en el que mis memorias encuentran siempre un descanso con sabor a abuelos y a vida campestre, amparada del frío gracias al calor del leño ardiente.

Ya en el Metro de Madrid siento como todo zumba, todo es una gran y desordenada carrera, los carros del tren subterráneo vuelan un derrotero oscuro, claustrofóbico y agobiante, y la vida anónima de los pasajeros y la mía propia, se extravía, se pierde como un aceite rancio, que cae gota a gota, en una vorágine sin identidad. Donde miro veo a gente sudorosa con cara de mala hostia a raudales. Entonces, siento que necesito urgentemente mi droga. Calzo en mis oídos los audífonos conectados a mi MP3. Aprieto play..., suena Editors..., cierro literalmente los ojos, mientras todo mi cuerpo comienza a moverse al ritmo de "Open Up"..., curiosamente me emociono... ¡Que voz tiene este cabrón!, pienso.
La música…, qué maravillosa droga, ahora sí que soy persona..., ahora si que soy...., …¡A trabajar..!

FIN

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando empeze a leer ese cuento diije "yo ya lo habia leído" y despue me di cuenta que era el de la mujer ke segun yo, tenia komo 25.. recien titulada.. comenzando una vida independiente y todo.

ya le habia dicho ke me encanto?
lo encontre super (Y)..


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