sábado, 19 de enero de 2008

La última tarde



W. B. U.


Me dolió la última tarde,
cuando tu voz, dibujada en el papel,
tuvo un aroma a campo marchito.
Los soles de la vida se eclipsaron
porque te viste obligada a decirme adiós
desde la tristeza más profunda,
como un parto maldecido,
desde la agonía más recóndita
aguantando unas ganas de ponerte a llorar para siempre,
de vaciarte en lágrimas,
resignada por tus hijos.

Darnos cuenta que nos trazaba el rumbo
la mano atormentada del delirio,
del celo infame, no fue bueno para ninguno,
pero no pudimos rebelarnos.

El buen amor incomprendido fue hostigado,
perseguido, arrinconado,
como presa asustada se redujo, envolviéndose en el silencio,
en un bendito silencio que no callaba
y así, sin hablarnos insistíamos en ser dos,
pero es horrible ser dos inútilmente,
porque todo se hace estéril
y por ello te dejo partir,
aunque te estaré olvidando por siempre,
cada día te estaré olvidando,
cada mañana y cada tarde,
y cada noche te estaré olvidando,
haré esfuerzos enormes cada minuto por olvidarte,
aunque en ello se me vaya la vida
porque, como dijo Mario Benedetti:
“En el fondo el olvido es un gran simulacro
repleto de fantasmas”.

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