W. B. U.
El silencio cómplice de la madrugada fue roto estruendosamente por las aspas del helicóptero militar. La camanchaca del litoral se metía por la puerta abierta de la nave y apenas permitía identificar los roqueríos de Punta de Fraile, a escasos metros de Horcón, allá abajo, a 200 metros, en el encabritado mar.
La faena se realizaba con mecánica indolencia. Uno a uno, el cabo y el sargento fueron lanzando los sacos con restos óseos, en la seguridad que le daba aquel acto impune y el hecho de haber agregado en cada uno de ellos, un pesado trozo de riel. Era otra orden más que se debía cumplir para defender el honor militar.
El suboficial recordó el momento exacto cuando, 25 años atrás, había detenido a “El Tejedor” en una tildada casa de seguridad. No recordó que se llamaba Emilio Pichilef, ni que era un verdadero prodigio, trenzando las fibras de lana de oveja que hilaba en su huso ancestral. No recordó tampoco, cuando lo torturaba, que Emilio le advirtió entre borbotones de sangre que tarde o temprano se iba a arrepentir.
Cuando el suboficial tomó el último saco, ya con algo de cansancio y molestia, no se dio cuenta que algunas fibras comenzaron a trenzarse en torno a uno de los botones de su chaqueta militar. Tampoco intuyó que se acercaba el momento de enfrentar sus crímenes. Sólo sintió, cuando lo arrojaba con un último envión, que su cuerpo también era jalado fuera del helicóptero y se precipitaba a un vacío silencioso, en el que se escuchaba sólo la advertencia de “El Tejedor”:
-Tarde o temprano…
FIN
2 comentarios:
Tarde o temprano todo se acaba pagando en este mundo.
Mejor no comprar según que malas faenas.
Impresionante.
Así es, Mejorana. En este mundo newtoniano, todo cae por su propio peso...
Publicar un comentario