W. B. U.
(En honor al poeta mexicano Jaime Sabines)
Estoy en tus manos como un libro viejo
que se lee una y otra vez,
y que olvidas sobre el velador,
por un tiempo, para volverlo a leer.
Sabes más de mí
que lo que yo nunca alcanzaré a comprender
y te atreves a lanzarme a la cara,
las verdades y palabras
que me niego sistemáticamente a decir,
mis mentiras, mis fracasos,
porque siempre has sido inexorablemente
congruente y fiel.
Por eso aprendí a aprender de mí
escuchándote atentamente,
cuando tu voz inunda este territorio nuestro,
en que me siento niño de nuevo y recuerdo
cuando mis oídos se hacían esclavos de los cuentos
que mi padre hilvanaba en mis noches de miedo
y yo pegaba mis pupilas en el cielo de mi cuarto
para adivinar las sombras que allí
dibujaban las ramas del granado que plantó mi abuelo.
Te has convertido en el milagro cotidiano y permanente,
que llena mi vida de inquietudes dulces.
Serías mi amante si no estuvieras casada conmigo.
Pero no te merezco, porque eres como el perdón
y yo soy como tu castigo.
Te haces presente siempre,
como una sombra, como un aliento,
como un efluvio que huelo a cada paso
y te fundes con mi piel y mis deseos.
¡Pero qué distante te haces,
cuando te ausentas por dos minutos!
Porque tú eres mía,
como mi casa,
como mi sombra,
como el aire que preciso.
Eres mía, eres mía
como lo será mi muerte,
amor mío.
(En honor al poeta mexicano Jaime Sabines)
Estoy en tus manos como un libro viejo
que se lee una y otra vez,
y que olvidas sobre el velador,
por un tiempo, para volverlo a leer.
Sabes más de mí
que lo que yo nunca alcanzaré a comprender
y te atreves a lanzarme a la cara,
las verdades y palabras
que me niego sistemáticamente a decir,
mis mentiras, mis fracasos,
porque siempre has sido inexorablemente
congruente y fiel.
Por eso aprendí a aprender de mí
escuchándote atentamente,
cuando tu voz inunda este territorio nuestro,
en que me siento niño de nuevo y recuerdo
cuando mis oídos se hacían esclavos de los cuentos
que mi padre hilvanaba en mis noches de miedo
y yo pegaba mis pupilas en el cielo de mi cuarto
para adivinar las sombras que allí
dibujaban las ramas del granado que plantó mi abuelo.
Te has convertido en el milagro cotidiano y permanente,
que llena mi vida de inquietudes dulces.
Serías mi amante si no estuvieras casada conmigo.
Pero no te merezco, porque eres como el perdón
y yo soy como tu castigo.
Te haces presente siempre,
como una sombra, como un aliento,
como un efluvio que huelo a cada paso
y te fundes con mi piel y mis deseos.
¡Pero qué distante te haces,
cuando te ausentas por dos minutos!
Porque tú eres mía,
como mi casa,
como mi sombra,
como el aire que preciso.
Eres mía, eres mía
como lo será mi muerte,
amor mío.
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