
Cómo me gustaría poder hablarte de sueños,
explicarte los caminos diversos de la vida,
pero ya ves, hijo, llevo mi alma dormida
vagando entre inútiles esperanzas y ensueños.
Desgarrándome en los límites sordos del dolor
mis lágrimas ruedan lentas como una letanía,
insuficientes, no alcanzan para salvar el día,
y mi piel va cambiando lentamente su color.
De tu silencio los murallones quisiera trepar,
desbastar las cadenas de tu maldito encierro
para liberarte y a este cruel destino increpar,
fulminarlo con voz firme, con mano de hierro,
rescatarte de sus garras sueño y a él descepar
aunque mi castigo sea la muerte o el destierro.