
W. B. U.
El rumor del río
no pudo ser opacado
por la quietud fría de las rocas
y entre cantos de alharacos tricahues,
subí por la humedad eterna
del Estero de La Sombra.
Las piedras albergaban
el paso tenaz del tiempo
y tu terquedad estaba reflejada
en los brillos fósiles del granito
y entre sombras, helechos y canelos
me fui adentrando en el bullicioso silencio.
Una rama de colihue
flotando en el raudal
y el vuelo de un chuncho
me recordó el vaivén
de tus caderas al bailar.
Entonces tus ojos,
nuevamente me desnudaron
y así, liberado,
nadé nuevamente en el hielo
que escurre raudo.
Tu pelo era el musgo
de los viejos roblecillos,
tus pestañas
las acículas rubias de los pinos.
Caminé y caminé
subiendo la quebrada
para escapar de ti,
pero no pude esconderme,
porque nunca estuve solo.
Aún no estoy solo.
Ay, cómo dueles
y cómo estás presente
en la quietud de todos mis paisajes…